
Se pasa uno el verano soñando para que
el otoño vuelva a pillarle en bragas. Y no hablo solamente del Atleti,
que aunque sea cierto que ocupa un lugar privilegiado en el podio de mis
prioridades, uno también tiene vida más allá del rojo y el blanco. Y es
que aparte del equipo que tantos desvelos me produce, uno, que es
currito por obligación y soñador por convicción, ha debido pasar todo un
verano metiendo datos, archivando papeles y lidiando con proveedores
para al final tener esa exigua recompensa que suelen llamar vacaciones y
que yo prefiero llamar días de asueto mientras el trabajo se va
acumulando sobre mi mesa.
Vuelve
uno de pasar unos días en el sur, alumbrado por el sol, remojado por el
agua fría y empachado por la cerveza y el pescaíto frito y se encuentra
a su equipo en el mismo lugar donde lo dejó: Ese lugar de nadie donde
la duda es amiga de la incertidumbre y donde la ignorancia es compañera
de las previsiones ¿Tirará hacia adelante y marchará hacia detrás?
Es
la misma disyuntiva que nos hacíamos todos justo antes de olvidar la
faena diaria y entregarme a mi veraneo tardío. La pregunta que surgió
del dolor tras la injusta derrota en Valencia, la pregunta que sale hoy a
relucir tras el empate insidioso ante el Sevilla. Dicen que no ganamos a
los equipos de nuestra liga y hasta ahora los datos nos dan la razón;
pero para ver el vaso medio lleno podemos argumentar aquello de que
jugamos mejor que ellos, que les quitamos el balón y que pusimos a
prueba a sus porteros. Pero luego están los ejemplos de vaso medio
vacío: el Barça y el Rennes, dos desastres, dos motivos para no
ilusionarse, dos motivos para regresar a ese lugar llamado limbo en el
que se encuentra el Atleti ¿Hacia dónde vamos? Esa pregunta ya me la
hice antes de irme y ya he regresado. Ya he disfrutado mis vacaciones
¿Me tocará este año disfrutar con el Atleti?
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