viernes, 27 de abril de 2018

Un emotivo ejercicio de resistencia

El Atleti realizó ayer un emotivo ejercicio de resistencia. Durante una hora y media se reflejó de
nuevo en ese Atleti que todos reconocíamos. Durante un rato nos puso el corazón en la boca y le vimos resistir por encima de cualquier probabilidad porque, más allá del juego, un Atleti que compite es el único Atleti que podemos reconocer.

El partido, y con él, la eliminatoria, pudo terminar en desastre. No nos vayamos a dejar engañar ahora por el resultado. El Arsenal jugó más y jugó a lo que supo. Otra cosa es que delante tuviese un coloso que sabe manejar estas situaciones con la tranquilidad de un pistolero. Y aguantó, además, con la paciencia de un fajador. Esperó su momento, recibiendo directos, hasta que, de un gancho, mandó a su rival a la lona.

Y contó, además, con ese tipo que nos ha acostumbrado a los milagros vespertinos. Ayer atajó por alto y por bajo y, sobre todo, fue un gato feroz en las ocasiones más certeras. Le faltó un centímetro en el gol, pero no vamos a discutir a estas alturas por un centímetro cuando este tipo nos ha hecho volar cientos de metros más alto en cualquiera de nuestras aspiraciones.

La elimnatoria está de cara. Bonita en previsión pero incómoda en situación. El Arsenal tiene buenos futbolistas y puede montar dos contras letales por partido. Es irregular y, como los malos encajadores, tiene mandíbulas de cristal. En Madrid, en principio, jugará contra once y, además, contra sesenta mil tipos que se dejarán la garganta. No es un gran plan para pretender alcanzar una final. Pero no nos fiemos, el Atleti, para ganar, necesita competir como un animal salvaje. Solamente entonces tendrá sentido este emotivo ejercicio de resistencia.

jueves, 26 de abril de 2018

Irregularidad

Resulta curioso como los duelos, según la época en la que se den, tienen implícitos unos distintos matices en cuanto a la variabilidad. Durante años, el Atleti de Simeone fue el equipo más fiable del mundo más allá de los logros obtenidos. Todos sabían que su defensa era una roca, que su centro del campo era un campo de minas y que su delantera era una máquina de penalizar errores. Mientras duró la fiesta duró la alegría. Cuando los años pusieron clavos en las botas y una mochila de esfuerzo en los hombros, el equipo se cayó de arriba y, poco a poco, perdió la fiabilidad para convertirse en un tiro al aire.

Pero si existe un equipo acuciado por la irregularidad durante los últimos años, es el Arsenal. Wenger, quien en su día construyó una de las más bellas obras de arte futbolísticas, apura sus últimos partidos como entrenador gunner agarrado a una promesa que, en cierta manera, nunca dejó de cumplir. Amante de las transiciones rápidas, las diagonales y el fútbol de combinación, ha dejado, en cada temporada, media docena de grandes partidos salpicados, eso, sí con fiascos tan monumentales que han terminado por ponerle de cara a la pared.

No sabemos que partidos veremos esta noche porque no sabemos qué versiones veremos durante el transcurso del mismo. Al Arsenal inseguro atrás al Atleti le vendrá como anillo al dedo porque podrá explotar la espalda de la defensa y la debilidad de sus mediocentros. Eso sí, si el Atleti pretende vivir noventa minutos en su área, lo va a pasar francamente mal porque este Arsenal, debilidades aparte, tiene un talento descumunal de tres cuartos para arriba. Y no es buena idea llamar al lobo en mitad del monte.

miércoles, 25 de abril de 2018

A los mejores hay que pagarlos

En este mundo globalizado en el que entre todos hemos ayudado a reventar la burbuja y a disparar las
pasiones, el futbolista se ha convertido en ese ser endiosado que, de una manera u otra, es capaz de hacernos dibujar sonrisas o expresar el más amargo rictus de dolor. En este fútbol de hoy, mercantilizado hasta la médula, no es más feliz el que más logra en el terreno, sino el que más gana fuera de él, porque en la competencia por el palmarés, se ha instaurado una competencia, lícita pero ávara, por tener una cuenta corriente cada vez más abundante.

Jeques y magnates acechan. Los representantes, portadores de promesas y falsos curanderos de la realidad, se acercan al oído de sus jugadores y les venden un cuento de la lechera donde el cántaro es de acero y la leche nunca termina derramada. Es normal. A todos, por más que nos sintamos los tipos más íntegros del mundo, nos puede la ambición. A todos, por más que imaginemos sueños imperfectos, nos llama, siempre, la oportunidad para hacernos mejores.

El sentimiento, ese que dicen que no se compra, solamente va ligado a los orígenes de la persona. Puedo imaginar cientos de futbolistas que siguen estremeciéndose con los devenires del equipo de su infancia. Pero no todos juegan en el equipo de su infancia. Y quienen no lo hacen tienen la lícita costumbre de querer mejorar tanto deportiva, como económicamente. Lo que sabe Oblak, además de que no es del Atleti de corazón, aunque sí de cabeza, es que es uno de los mejores jugadores del mundo. Y lo que sabemos los demás es que, para mantenerse en la élite no sirven las palabras sino los hechos. Y el hecho más refutable en este negocio de mil pasiones es que a los mejores, para mantenerlos, hay que pagarlos.

lunes, 23 de abril de 2018

Nos sobran los motivos

Dice el jefe que nos sobran los motivos. Que somos más modernos, que somos más ricos, que somos más grandes. Dice el jefe que somos la hostia y, mientras tanto, tenemos que observar, orgullosos de nuestra fe, como el Barça se lleva las ligas y el Madrid se lleva las Champions. Dice el jefe que nuestro crecimiento es exponencial, pero lo que olvida es que el crecimiento se llama Simeone y que lo suyo, además de trabajo, se llama milagro.

No dice el jefe si va a potenciar el equipo porque él prefiera hablar de cifras. Habla de ventas, de ingresos, de repercusión. Pero no habla el jefe de la deuda y de porqué un equipo que debería aspirarlo a todo se quedó en cuadro a mitad de temporada. No habla de los errores pasados, del TAS, de Costa, de Torres. No habla de Simeone como un santo sino como un empleado. No habla de la afición como un valor sino como un cliente.

Y se atribuye el jefe, además, un tanto que no le corresponde porque es incierto. Dice que sólo la época de los setenta es comparable a la actual. Yo diría que la actual es una gran época comparada con la basura que tragamos en la primera década del siglo, pero ¿Considerarla la mejor de la historia? Simeone, con su trabajo imperturbable, ha levantado siete títulos, pero el Atleti, antes de él, ya sumaba más de veinte. El Atleti de Madrid no es el Atleti de Gil. Es el Atleti centenario que un día, cuando creyó ser libre, fue secuestrado para siempre. Y aquí estamos, peleando contra el mundo con un entrenador que no deja de creer y teniendo que dar las gracias a una directiva que sólo le pone trabas.

Un nuevo rumbo

Durante un tiempo, justo el receso que se gestó mientras se mantuvo el sueño más hermoso, el Atleti se sentía como pez en el agua contra equipos que manejaban la pelota con soltura. Agazapado en tres cuartos, sabía desesperar al rival quien, harto de buscar espacios entre un muro de hormigón, terminaba por entregarse a la suerte y terminaba viendo como la suerte le era esquiva a golpe de zarpazos de realidad.

Durante un tiempo, mientras el Atleti competía y trazaba un plan viable, estos equipos llegaban cargados de ilusión y se marchaban con el orgullo herido. Fue un tiempo en el que el equipo tenía físico y piernas, sí, pero también tenía el suficiente fútbol como para confeccionar un plan ofensivo. Algunos no lo querían ver como algo vistoso, pero era de lo más eficaz. Y a nosotros, aquella eficacia nos gustaba porque veníamos de un tiempo de sombras donde no había planes ni finales felices.

Durante ese tiempo, el Atleti no creía poder verse avallasado por rivales como el Betis de Setién. El Betis, que concibe el fútbol como un concierto sinfónico, hizo bailar al Atleti al son de su sinfonía. Durante algún periodo del partido, hubo ramalazos de fe. Porque al Atleti aún le queda la fe, pero ha perdido el plan. El tiempo, que lo cura todo, será el único capaz de dictar sentencia a un equipo que navega entre el pasado y el futuro. Aquello fue bonito, pero estas aguas requieren un nuevo barco. Y no se trata sólo de remar hasta la extenuación, se trata de plegar velas y navegar a todo trapo. Alcanzar de nuevo la velocidad de crucero requiere la misma fe, pero, sobre todo, requiere de buenos futbolistas.

viernes, 20 de abril de 2018

Dimisión

Tengo un amigo demasiado crítico con el Barça. Como uno de esos apasionados del juego que se dan cuenta de que el corazón no siempre elige bien a la primera, cambió de bando en edad adulta y se lanzó a los brazos de un tipo pequeño y arrollador con el diez en la espalda. Más allá de Messi, ha ido desgranando cada uno de los partidos del Barça hasta convertirse en el mayor adulador de sus victorias. Pero tras cada derrota, le queda una mueca de insatisfacción y siempre suele responderme con el mismo mensaje. "Cuando este equipo dimite, lo hace como nadie".

Yo le quiero hacer saber que no es cierto. Primero porque el fútbol es un compedio de circunstacias donde, siempre, hay dos equipos en liza de los cuales uno siempre lo hace mejor que el otro. Y lo segundo, que es dónde quiero llegar, que no hay equipo que dimita cuando lo hace como lo hace el Atleti.

Lo de anoche en Anoeta no es sino la reedición de ese clásico de los partidos de fuera de casa a los que nos hemos acostumbrado durante los últimos tiempos. El problema de adular victorias como la de Balaídos o el Villamarín es que, más allá del resultado, nos olvidamos del análisis. El Atleti ha hecho, esta temporada, una docena de partidos tan vergonzosos como el de ayer, la diferencia es que ayer el rival anotó las que tuvo y otros días fue nuestro portero el que nos evitó ese sentimiento tan incómodo que todos llamamos bochorno.