De nada sirve que Arda Turan se recorra el campo en busca del balón perdido, que Diego busque la piedra filosofal en el área maldita o que Adrían encuentre un balón suelto en su última cruzada. A esta aventura aún le quedan muchos momentos de tragedia porque al Atleti le falta un capitán que despliegue velas, coja el catalejo y manda a rebato porque a la hora de buscar un tesoro es más provechoso abordar que sentirse abordado.
En la sala de máquinas del Atleti se sitúa Mario por prescripción facultativa y, a ratos y a corazonadas, le acompañan Gabi, Tiago o Assunçao. El primero tiene veneno en la sangre pero carece de pausa en la elección, el segundo tiene horchata en la sangre y carece de sentimiento en la ejecución y el tercero tiene adrenalina en la sangre y carece de intuición en la distribución. Por ello, como el viejo coche al que el cigüeñal dice amigo hasta aquí hemos llegado, el Atleti juega a trompicones. No tiene rumbo, solamente instantes. Aquí uno de Diego, aquí uno de Arda, aquí uno de Reyes. Y así se ganan partidos, sí, pero nunca campeonatos.
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