miércoles, 26 de diciembre de 2018

Mi capitán

Hace un tiempo, en los albores de este blog, escribí un texto sobre Gabi describiéndole como un eficiente oficinista. "El chico que sólo servía para ser contable", lo titulé. Fue el día que certificó su regreso al Atleti y los aficionados, que veníamos de vuelta y teníamos menos esperanzas aún que realidades nos mostraban, sospechábamos de cualquier incorporación. Reconocíamos a Gabi como un jugador correcto, pero nada más allá de un tipo que corría mucho y pensaba poco.

Lo que no había encontrado Gabi, hasta entonces, era el camino correcto por el que guiar sus virtudes. El chico era un buen oficinista, era cierto, pero tenía alma de capitán. El jefe del departamento se destapó cuando un tipo que creyó ciegamente en él le otorgó mando en plaza. Sólo le pidió una cosa; trabajo. Con la fe y el sentimiento reforzados en el discurso, Gabi fue el reflejo de Simeone en el campo. La extensión de un tipo que sentía el fútbol como una forma de vida.

Cualquier homenaje es pequeño cuando se trata de loar al tipo que nos ha conducido hacia la gloria. Nadie como él representó el escudo, nadie como él interpretó el himno en uña y carne, nadie como él disputó cada una de las finales. Incluso en las perdidas dio una lección de pundonor tan grande que quedó pequeño cualquier comparativo que se realizase con su corazón. Ni el Calderón abarcaba su latido ni el Metropolitano fue capaz de detener su impulso. Fuego intenso y pasión desmedida, el estadio que hoy le venera se puso en pie para despedirle. Oh, capitán, mi capitán. Cualquier frase épica sirve para alabarle, cualquier escena de amor sirve para describirle.

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