Porque el de anoche fue un Atleti fuerte, competitivo, incisivo, voraz. Un equipo que jugó muy bien y encontró con asiduidad la espalda de la defensa de un Liverpool que, durante este primer tramo de la temporada no se había acostumbrado a sufrir así. Y si el equipo no terminó de remontar lo que se le puso en latín durante los primeros quince minutos, fue más por factores externos al juego en sí que a su propia indefinición futbolística, porque lo que ayer condenó al Atleti fue un despiste, una sobrada y un ataque de cobardía.
El despiste fue de Griezmann, que sin ver por donde pasaba Firmino, lo arrolló con los tacos de la bota en una entra peligrosísima que pudo haber hecho mucho daño al brasileño. La sobrada fue de Mario Hermoso, que por un momento se creyó Carvajal y pensó que vestía de blanco e imaginó esa bula arbitral con la que cuentan los vecinos de la capital y que con el Atleti no vale porque si haces penalti, como hizo, te lo van a pitar siempre. Y la cobardía la demostró el árbitro, después de cobrar un penalti sin mucho fundamento pero que, revisado en el VAR, jamás debió haberse anulado. Y es que, institucionalmente, seguimos pesando muy poco.
Lo importante es que ayer, futbolísticamente fuimos un gran equipo, que demostramos saber competir, cara a cara, a uno de los mejores equipos de Europa y que, si el equipo comienza a creer en sí mismo, se vieron mimbres para convertirse en un equipazo de los de verdad. Es por ello que me fui a la cama jodido por la derrota, pero muy esperanzado por lo que, creí atisbar, podemos llegar a ser.
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