
Atleti. Facturas, albaranes y costes del personal. Cierres contables, balances, la silla cuyo respaldo está desencajado y hoy te molesta más que nunca. Twitter, Facebook, webs deportivas, blogs. Hoy no hay trabajo, sólo fútbol. No hay jefes, sólo compañeros. Esos que, como tú, pasean nerviosos por la oficina en busca de alguien que te acompañe a la calle para fumar un pitillo "¿Pero si tú no fumas?" Te dicen. "¿Y qué? Cualquier cosa con tal de no estar todo el día aquí sentado". El reloj no corre, los pitillos vuelan, el café de la máquina se agota y cierras los ojos un momento para rememorar aquel gol de Forlán en la prórroga. Qué bonito fue.
Atleti. Existe un horror ante lo inesperado que no queremos afrontar. En el viaje de vuelta un par de tertulianos soeces te hacen cambiar de emisora. En el siguiente semáforo en rojo buscas el cedé de aquel grupo de rock que tantas tardes te animó en tu juventud. Intentas evadirte con una canción, pero no puedes. Los acordes de la guitarra son un pase de Diego al espacio y la voz rasgada del cantante son un remate de Falcao a la escuadra. Hasta puedes imaginar como lo celebrarías. Puede ser que no. "El rival es fuerte", te dices. Pero no quieres prepararte para el fracaso ¿Y si la caída fuera más dura por ello? Da igual. Volverás a sacar la vieja camiseta y volverás a gastar la voz animando al equipo del que te enamoraste. En el recuerdo quedan Arteche, Landáburu, Marina, Rubio, Futre y Manolo. En el horizonte Neptuno y un gol en la garganta. Abro los ojos, el café se ha enfriado y las magdalenas siguen encima de la mesa. Recojo las llaves, me pongo la chaqueta y apago la radio. Justo cuando empezaba a sonar una canción de Serrat. Hoy puede ser un gran día.
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