Reconozco que tras Bilbao lo vi todo perdido. Fue una cuesta abajo prolongada que comenzó contra el Levante y se prolongó con los empates ante Getafe y Real Madrid y que tuvo su momento culmen en Sevilla donde sólo sacamos un punto en dos partidos. A aquellas alturas, el Madrid y el Barça ya nos comían el trasero y el Atleti, más que vivo, parecía pedir aire a gritos mientras ganaba partidos con la lengua fuera a rivales de la parte baja que desperdiciaban penaltis en el último minutos.
En algún momento llegué a pensar que eso debería significar algo, que no era normal que dos rivales con el agua al cuello te perdonasen dos penaltis en el minuto clave de cada partido, que, pese a perder en Bilbao y Sevilla, el Barça se dejase la liga contra el Granada y el Madrid no fuese capaz de ganar a Getafe y Betis. Todo eso significaba algo, pero se ganaba con mucho suspense y mucho, mucho sufrimiento. Claro, visto en perspectiva, todo esto sabe mucho mejor así, pero analizado cada latido de mi corazón y cada grito de protesta nacido de mi garganta, puedo concluir que esta temporada he perdido diez años de vida.
Me moriré antes pero, joder, somos campeones.
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