El antihéroe no se engomina el pelo, lo deja crecer a su aire, se le enreda en el peine y la maraña se levanta con el viento dejando la frente al descubierto cada vez que inicia una carrera. Tiene las cejas pobladas, la mirada melancólica y una barba de cuatro días a medio camino entre la elegancia y la dejadez. Apenas sonríe con intención y, cuando lo hace, deja al descubierto una fila de dientes separados que le hacen parecer más niño de lo que aparenta a simple vista. Tiene papada y arrugas, es bajito y desgarbado, corre sin demasiado entusiasmo.
El antihéroe se desliza por el suelo cuando está seguro de ganar un balón, tiene un correr pesado pero firme, una conducción antiestética pero segura, unos movimientos torpes pero eficientes. El antihéroe tiene técnica aunque no lo parezca, tiene visión aunque no la aparente, tiene gol aunque a veces desaparezca de las zonas de influencia. El antihéroe es moreno, desgarbado y parece un vendedor de kebab, pero al otro lado del espejo aparece un futbolista como la copa de un pino. El antihéroe no es portada de revista, ni imagen de marcas deportivas, no tiene músculos en el abdomen y apostaría a que tiene el pecho velludo como el bizarro al que todos nos gusta que se parezca. El antihéroe es turco, es jugador de fútbol y se llama Arda Turan.
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