
Se puede perder, ya ocurrió en Valencia, puede ocurrir también en Barcelona; al fin y al cabo son esos partidos en los que haces cuenta a principios de temporada y los señalas en rojo como probable derrota. Pero el duelo con la vida va más allá de una probabilidad. Trece años sin ganarles, partido en su feudo, el histórico miedo escénico del Atleti, las dudas sobre la motivación del rival. Factores que hacen pensar en pequeño cuando nosotros queremos pensar en grande. Hemos vuelto al pantalón vaquero, las gafas de sol y el pelo engominado, y ahora que paseamos el porte el centro de la pista no vamos a renunciar al beso de la chica más guapa.
Demasiado bonito el sueño como para despreciarlo, demasiado ambicioso el objetivo como para desdeñarlo, demasiado poco que perder para no salir a ganar, demasiado mucho que ganar como para salir a perder. Vuelvo a Futre, a Alemao, a Landáburu, a Dirceu. Vuelvo muy atrás y me doy cuenta de que estoy muy adelante y hemos perdido demasiado tiempo. No podemos decir ahora que no estamos donde queríamos, más allá de ladrones de sueños, más allá de prescritos indecentes. El Atleti está en la contrarrecta y le aguanta el pulso a los favoritos. Estamos en disposición de correr, a riesgo de desfondarnos. Estamos en disposición de dar la cara, a riesgo de que nos la partan.