viernes, 25 de mayo de 2018

Cuidar lo de casa

En ocasiones, nos preocupamos demasiado de observar lo ajeno descuidando, de manera lamentable lo que tenemos dentro. Los focos, los truenos, la fanfarria nos conduce a un estado de excitación y compramos caro mientras vendemos barato. No sabemos valorar nuestros productos y es cuando necesitamos lo que hemos perdido cuando echamos la vista atrás y nos lamentamos. Cuando nos damos cuenta de que lo echamos demasiado en falta.

Rodrigo Hernández jugó durante cinco años en la cantera del Atlético de Madrid. Habitual en los equipos campeones infantiles y cadetes, perdió fuelle cuando llegó al juvenil. Alguien, visionario o avispado, concluyó que al chico le faltaban facultades; le sobraba peso y le faltaba altura. Cuando años después le viese debutar, y agradar, en primera con la camiseta del Villarreal, debió llevarse las manos a la cabeza.

Vuelve un chico que se marchó porque no le consideraron apto y nosotros encontramos una pieza que llevamos demasiado tiempo deseando. Después de gastar dinero en extremos inoperantes y delanteros de segunda fila, contratamos, por fin, un mediocentro. Desde la marcha de Tiago, el Atleti ha jugado sin colchón, impulsado sólo por el coraje, el corazón y la suerte. Con esta pieza, el ajedrez de Simeone encuentra su peón de brega. Buen comienzo para iniciar una nueva partida.

jueves, 24 de mayo de 2018

Notable alto

El sobresaliente exige perfección. El sobresaliente, en el Atleti, implica un doblete, porque aquel equipo del noventa y seis puso el listón tan alto que, aún hoy, con nuestras finales y nuestras batallas, seguimos idealizando a un grupo que surgió de la nada y nos llevó a lo más alto. El sobresaliente hubiese implicado, quizá, haber peleado la liga unas jornadas más y, también quizá, no haber caído en Copa ante un equipo que terminó la temporada en estado de locura.

Pero el notable alto es una gran nota. El equipo ha terminado segundo después de casi treinta años, hemos vuelto a clasificarnos para la Champions por sexta temporada consecutiva y, sobre todo, hemos vuelto a Neptuno. Porque regresar al lugar de la fiesta es reencontrarse con uno mismo y reencontrarse con los objetivos. Los títulos, además de para saciar el ego, deben servir como trampolín para seguir creciendo. Y yo sigo creyendo en el hambre de este grupo.

Falta por dilucidar si esta nota tan excelente no se ve empañada con la marcha de nuestra estrella. Mantener a Griezmann supondría una confirmación y una realidad; que, como dijo el eslógan, podemos seguir soñando mientras otros duermen. Todo equipo necesita una estrella porque, todo equipo con estrella es un equipo campeón. O al menos el germen de ello. Y, por encima de todos, sigue el Cholo, el hombre que nos hizo creer. El hombre que se sigue exigiendo la mejor nota posible.

miércoles, 23 de mayo de 2018

El silencio es la antesala del adiós

El silencio es la antesala del adiós. Sucedió con Agüero, sucedió con Falcao, volverá a suceder con Griezmann. Cuando alguien lo tiene claro lo expresa, cuando alguien ama lo expresa, cuando alguien vive por y para un color, lo expresa.

El silencio es la antesala del adiós y por ello es mejor dar a Griezmann por perdido. Es mejor ponerse la venda, empezar a curar la herida y cicatrizarla con trabajo. Le toca al club invertir el dinero, presionar la situación para sacar todo el rédito posible y confiar en el trabajo impoluto de Simeone. El club, ese ente liderado por dos delincuentes prescritos que aún no han sido capaces de retener a una estrella en sus más de treinta años de mandato.

El silencio es la antesala del adiós. El agradecimiento es la mano abierta de un caballero, la sonrisa afectiva de un niño, la despedida elegante de un aficionado. El no nació aquí, no podemos reprocharle que no quiera morir aquí. El equipo ha crecido, el equipo sigue creciendo, el equipo tiene que crecer. Con él, seríamos más grandes. Sin él, seremos igual de grandes pero con una duda ¿Cómo reinventarse? Duro trabajo, duras expectativas. No nos queda otra esperanza que la fe cholista.

martes, 22 de mayo de 2018

Cabeza de ratón

Griezmann duda. Esa es la apariencia que delantan sus silencios y sus fotos en las redes sociales. Pensamos que Griezmann duda cuando vemos a Godín ejercer de capitán y recorrer medio estadio para suplicarle a la grada que cambien los pitos por aplausos. Llegamos a la conclusión de que Griezmann duda cuando leemos a Gabi en un pie de foto suplicando un compromiso; agradeciendo un esfuerzo.

Griezmann duda porque sabe lo que tiene y recela de lo que tendrá. Jugar con Messi es un regalo, luchar por todo es un caramelo demasiado dulce como para no llevárselo a la boca. Pero aquí tiene amigos, tiene una vida, tiene un futuro asegurado. El Atleti le quiere y le paga, la afición, salvo algunos desalmados que pagan sus frustraciones contra la ignorancia, le quiere y le anima y él, que tiene la última palabra, juega consigo mismo a un juego de contradicciones.

Haga lo que haga sabrá que será historia de este club. No me sale pitarle, no me sale recriminarle, no me sale protestarle. Si decide ser cabeza de ratón no nos quedará otra opción que no sea la de postrarnos a sus pies y decirle que sí, que con él a muerte y él a muerte con nosotros. Y si quiere ser cola de león no nos quedará otra que darle las gracias y despedirle con un aplauso. No podemos exigirle lo que no tiene. El compromiso lo ha demostrado y el talento nos lo ha regalado. Bueno será si sigue dudando.

domingo, 20 de mayo de 2018

El legado

Siempre he sido un atlético atípico en cuanto a Fernando Torres. Puedo ser el más pasional de los aficionados, el tipo más leal, más sufrido, más lastimero en la derrota y más eufórico en la victoria, amo al Atleti con el corazón y lo pienso, día a día, con la cabeza, pero nunca fui un torrista convencido.

Durante su primera etapa me pareció que, tanto afición como prensa estaban inflando a un futbolista que se equivocaba más de lo que acertaba. Es más, soy de la opinión de que el Atlético empezó a crecer de verdad a partir de su venta, por lo que nunca vi como un trauma su marcha y nunca consideré una tragedia su ausencia.

Pero de alguna manera, Torres me terminó ganando. Sus guiños, sus goles en Inglaterra, sus palabras y sus actos. Siempre, de alguna manera, haciendo, en acto reflejo, honor a sus verdaderos colores. Vistió otras tres camisetas y jamás dejó de sentirse atlético. Paseó, triunfal como pocos, sus éxitos con la selección por Madrid y, por delante, puso siempre una bandera del Atleti. Regresó y lloró como pocos. Ganó y lloró como nadie.

A tipos así, por más que se les critique en lo deportivo, hay que alabarles, para siempre, en lo sentimental, porque hombres así construyen un vestuario, hombres así son el germen de un equipo ganador. Gracias, Fernando, por tus últimos actos de servicio, porque, aunque tu fútbol ya se hubiese apagado, la llama rojiblanca brillaba más que nunca y de eso se han nutrido todos y cada uno de los que han ido pasando por aquí durante las últimas temporadas. Nos dejas un sólo título pero, ante todo, nos dejas algo muy importante. Un legado. Un sentimiento. Un camino a seguir.

viernes, 18 de mayo de 2018

Necesidad

La necesidad de un equipo reside en una posición ficticia, residen en imaginar al grupo sin su genio, en prostituir el alma a cambio del silencio. La necesidad de un equipo es el aire, es el juego, es el gol. La necesidad de un equipo, para seguir arriba, vive en los pies de sus mejores futbolistas. Nadie imagina un Barça sin Messi ni un Madrid sin Ronaldo. Nadie debería imaginar un Atleti sin Griezmann.

Las estrellas se definen a sí mismas en partidos de máxima importancia. Durante los últimos tres meses de competición, Griezmann ha dado pruebas fehacientes de su compromiso y, sobre todo, de su calidad. Ha marcado gol en todas las eliminatorias. Ha sido decisivo en todas las situaciones. Las estrellas son tipos peculiares que necesitan calor y seguridad. Griezmann está arropado por el Cholo y tiene veinte amigos en la plantilla, pero sabe, como nosotros, que el club duda de su crecimiento.

La necesidad es seguir sintiendo esa sonrisa, seguir bailando tras cada gol, seguir golpeando el balón con la pierna izquierda. La necesidad es un número siete sobre una camiseta rojiblanca, es la ilusión de un niño por vestir esa zamarra, es el deseo de un adulto por seguir soñando. La necesidad de Griezmann pasa por un equipo competitivo, una felicidad blindada y una seguridad deportiva. La necesidad del Atleti pasa por seguir contando con su fútbol, con su entrega, con sus goles. El Atleti necesita a Griezmann y Griezmann necesita ganar. A veces las sonrisas no se pagan sólo con goles.

jueves, 17 de mayo de 2018

La grandeza

La grandeza es aguantar, es sobrevivir, es saber levantarse. La grandeza es un pensar jamás en un cabezazo imposible en el último minuto o en una tanda de penaltis, la grandeza es contarlo como anécdota y no como dolor. La grandeza, aunque muchos no supieron apreciarlo, fue estar allí. Poder sentirlo, poder soñarlo.

La grandeza es ver a Griezmann, un genio con pantalón corto, pelear por cada pelota en el centro del campo, la grandeza es ver a Gabi como el gran capitán de la tropa, la grandeza es ver a Saúl jugar con el alma fuera de su posición, es ver a Koke sacando el tiralíneas y es ver a la vieja guardia con cara de satisfacción. Godín, Juanfran y Filipe nunca han faltado, nunca se han rendido. La grandeza es la superioridad de Lucas y Giménez en el mano a mano, la pelea infatigable de Diego Costa. Las gargantas encendidas en un campo que, hasta ayer, considerábamos maldito.

La grandeza es trabajar y creer. La grandeza es el cholismo. La grandeza es la mirada del niño Torres después de cumplir el sueño de su infancia. La grandeza no es una copa al cielo, no. Eso es el resultado del trabajo bien hecho. La grandeza, más allá de la victoria, reside en el alma. Y en el alma de este equipo caben mil partidos más como el de anoche.

miércoles, 16 de mayo de 2018

El día

Cuando nació este blog, el Atleti estaba en horas muy bajas. El equipo, de vuelta tras una victoria agónica en la Europa League, buscaba un camino que no sabía encontrar. Eran los últimos estertores del Kun Agüero como rojiblanco, el fin de la era Quique, el inicio de la rumorología sobre Caparrós y Manzano; un Atleti de entreguerras. Un Atleti moribundo.

Titulé "Volveremos" porque me había entusiasmado esa canción que, a coro, el Calderón había hecho propia para decirle al mundo que sólo éramos un gigante dormido y que, tarde o temprano, íbamos a despertar para decirle al mundo que el Ave Fénix no era sólo la palabra de una leyenda comida por el tiempo. Y volvimos. Volvimos a lo grande y volvimos a ser campeones. Dejamos lágrimas en el camino y se nos escapó lo más grande, pero los importante, el grito enfurecido y el puño en la mesa, lo habíamos hecho. Habíamos vuelto.

Y ahora seguimos aquí, en la cresta de la ola, regresando al día que nos encumbró. Para muchos, ebrios de éxito y atormentados por la grandeza, esta competición es más nimiedad que éxtasis, más obligación que deseo, más postre que primer plato, pero convendría no desdeñar las copas porque los que recordamos la travesía por el desierto conocemos el valor del éxito. Una final es un buen momento para seguir arriba, para reivindicar nuestro regreso, para volver a levantar, orgulloso, esa bandera que, durante tanto tiempo, durmió en ese cajón de tu habitación. Hoy vuelve a ser el día. Logremos que sea un día grande.

viernes, 11 de mayo de 2018

Marcado por la frustración

Los instintos se remueven, a menudo, por temas banales. Todos hemos llorado, alguna vez que otra, aunque fuese en nuestra más lejana infancia, por alguna que otra nimiedad. Un balón extraviado, un reloj sin pila, un castigo inoportuno o una derrota al parchís. Manejar la frustración es una tarea compleja cuando se ponen en liza el orgullo y la ilusión. Cuando uno termina herido y la otra termina en mil pedazos, es cuando damos rienda suelta a los instintos y nos dejamos llevar por la furia. A menudo por temas elementales y otras, quizá más de las que nos gustaría, por temas tan triviales como un simple partido de fútbol.

Recuerdo con nitidez lo que aconteció minutos después de que el Atleti perdiese la final de la Recopa de 1986. Resulta curioso que guarde recuerdo de algo que no está relacionado con el juego cuando apenas recuerdo un par de lances del partido. Sonó el timbre y varios vecinos, seguidores de ese equipo blanco de la capital, entraron en casa con el fin de mofarse de mi padre. Si, a mis diez años, aún no tenía muy claro por qué equipo debía tifar durante el resto de mi vida, al menos sí me quedó claro de qué equipo jamás iba a ser.

Puede que por vengar aquella afrenta y por decidir vivir en el escondite de la frustración tras cada derrota, me resulta imposible no acordarme de todas aquellas sonrisas de mofa que he sufrido durante mi vida cada vez que el Atleti termina un partido con derrota. Será por eso, por la frustración generada y la vergüenza oculta latente, que me cuesta conciliar el sueño más de lo normal en las noches de derrota. Resulta curioso y reconozco que hasta vergonzante ver como algo tan trivial como un simple partido de fútbol me puede descompensar el ánimo hasta convertirme, durante horas, en un ser más huraño de la normal. Y es que a menudo, intentando desconectar de ese monstruo devorador de conciencias que es el día a día, intentamos escapar hacia el mundo de las banalidades para buscar un consuelo de tontos. Lo malo es que nuestro consuelo de tontos es, para nuestra desgracia, el bien de muchos. Y aunque arrepentidos los quiere Dios, siento que, por más que me refugie en mis propias contradicciones, me costará sacar la cabeza del agujero porque todos nos movemos por pasiones insensatas. Y sin pasión, la verdad, resulta difícil darle un sentido a la razón.

Volvemos a Lyon, y yo vuelvo al punto de partida.

jueves, 10 de mayo de 2018

Todos lo dan por perdido

A todos le preguntaron y todo respondieron con evasivas. Todos significaron su importancia, todos
acudieron al compromiso, todos suplicaron por su importancia en la final. A todos le preguntaron y todos sabían porque lo hacía, todos sabían lo que se venía, todos sabían lo inevitable. Todos hablan menos él, porque él sigue jugando, como otras veces, al gato y el ratón.

El Atlético se esconde en excusas de mal pagador. Nadie que no quiere vender a un futbolista le rebaja la cláusula, nadie que no quiere hacer caja convierte en una gangan la contratación del mejor futbolista de su equipo. Griezmann es, en este Atlético, una rendija de luz en la mazmorra de If. Griezmann es el fútbol del que carece el equipo, el apoyo constante para un centro del campo que corre mucho pero acierta poco.

Todos esquivan la verdad, pero todos los dan por perdido. Todos tratan de mirar hacia otro lado, pero todos lo dan por perdido. Y nosotros, fieles esclavos de sus caprichos, ya sabemos que nos intentarán mentir y sonsacar gestos de rabia. Los futbolistas juegan donde quieren, nos dirán. Griezmann también lo hará, está claro. Y le irá muy bien, porque es muy bueno. Pero que nos vendan el cuento de ninguna lechera porque aquí el cántaro se rompió hace tiempo. Porque hace muchos meses que todos, incluído el ofendido oficial, le han dado por perdido.

martes, 8 de mayo de 2018

A ocho días de una final

A ocho días de una final dejamos que se filtren verdades, dejamos que nuestra estrella juegue al estrellado, que nuestro presidente juegue a las bufonadas y que los comunicados jueguen a ser serios cuando no son más que un anticipo de lo ya conocido.

A ocho días de una final surgen los rumores, aparecen las verdades y se anticipan los miedos. A ocho días de una final el equipo no sabe qué Griezmann encontrará y la afición no sabe que Griezmann jugará. A ocho días de una final el Barça anticipa un fichaje y los medios se lanzan, ávidos de noticia, a infectar una herida que supura pus y sangre.

A ocho días de una final nadie habla de la final, nadie habla del rival, nadie habla del equipo. A ocho días de una final no parece que haya final, ni siquiera que haya equipo. En un mundo globalizado por los dos de siempre, el resto, comparsa de sus caprichos, tienen que conformarse como postre de la comilona. Se servirán a Griezmann como entrante y mil rumores como segundo plato. Y todo esto, desviando la atención de lo realmente importante, a ocho días de una final.

Nos acordaremos de la lluvia

Cualquier de nosotros, por más que nos creamos ciudadanos inocentes en un mundo en contínua
reconstrucción, estamos expuestos los caprichos ajenos y a los intereses espurios. Aquellos que solamente favorecen a una minoría porque se han acordado mediante un apretón de manos sibilino y una promesa fehaciente.

El Atlético, por caprichos de una liga que, a día de hoy, está totalmente descafeinada, no podrá adelantar su partido de liga para tener un día más de preparación de cara a la final de la Europa League. Y no podrá hacerlo porque la institución, más allá de mirar por sus equipos, mira por su ombligo, porque se aferra a un contrato televisivo y se aferra a su propio interés. Papismo puro y duro. Y mientras, en nuestro país vecino, el Marsella si obtendrá ese favor porque, más allá del dinero, existe el sentido común.

No podemos servir a quien sirvió ni pedir a quien pidió. Tebas, antiguo picapleito de causas perdidas, ha ganado todos sus favores y ahora se sienta en la poltrona de la solemnidad. Ni un guiño, ni un gesto, ni una palabra. Gesto adusto y silencio estampa, el tipo sigue aumentando su negocio mientras ve como se evalúa su producto. Algún día, cuando sólo caigan sapos, nos acordaremos de la lluvia.

lunes, 7 de mayo de 2018

Sobrante de matanza

La motivación es es motor necesario para afrontar cualquier misión. Sin ella, sin esa dosis de entusiasmo que genera el hecho de una consecución, cualquier persona está destinada al fracaso porque, más allá del dolor, existe la conciencia. No hay éxito sin esfuerzo, no hay meta sin pasión.

El partido de ayer fue poco más que un sobrante de matanza. Fue algo así como una mosca cojonera en mitad de un calendario de sueños. Con una final a la vista, un objetivo logrado y una liga que ya ha marcado con sus muescas el devenir del equipo, los futbolistas salieron al campo a pasear y no obedecieron a esa máxima que dice que competir es siempre necesario aunque no quede un espacio para rubricar una parcela de gloria.

Pero ayer había niños en el campo. Y adultos. Gente que, probablemente, ayer fue la primera vez que fueron a ver a su equipo en su nuevo estadio. Siempre hay que pensar en la gente porque la gente es el motor del alma del club. Sin ellos y sin ese pensamiento de conciencia programada, cualquier equipo se convierte en un títere. Y el Atleti de ayer fue un muñeco de trapo en manos de un equipo normal.

viernes, 4 de mayo de 2018

La vieja guardia

El Atleti se reinventó diez veces, se obligó a convertirse en lo que era y también en lo que no quería ser. Bajó al suelo después de tocar el cielo, vendió parte de su patrimonio y hubo de ajustar piezas donde no encajaban. Abandonó el patrón de Tiago por obligación y no encontró el de Koke por indefinición. Y mientras Saúl seguía en una deriva de pierna fuerte, alma incansable y talento proporcional, tuvo que ser Gabi el que volviese a tomar el mando en una de las noches más memorables de la historia reciente.

Defensivamente, siempre fue un equipo más que fiable. Organización impecable, choque sin miedo, pierna noble y estructura compacta. Durante un tiempo estuvo intentando reorganizar su conducta, intentando dar paso a la savia nueva, intentando acoplar nuevas piezas e intentando restructurar su desorden con una nueva estética. Nada funcionó como antes, y mientras Savic, Giménez y Lucas seguían postulandose por convertirse en nombre de alineación de carrerilla, tuvo que ser Godín quien sujetase, una vez más, al equipo, en los peores momentos de su mejor noche.

Todo fue mucho más dramático en la parte de arriba. Desde que se marchó Costa, el Atlético buscó la directa con Mandzukic y la indirecta con Gameiro. Entre dos aguas, Fernando Torres seguía peleando en su parcela particular y Griezmann, mientras tanto, sujetaba los partidos gracias a su talento. Pero como nada funciona mejor que las viejas fórmulas, tuvo que regresar el brasileño para que el Atleti volviese a reconocerse a sí mismo. La vieja guardia, una vez más, nos ha puesto en una nueva final. Es la quinta final del Cholo, cuatro de ellas en Europa. Conviene recordarlo porque hay muchos que siguen pensando que este equipo puede dar aún más. Todo el mundo es susceptible de hacerlo, pero conviene mirar primero los mimbres antes de pararse a analizar los deméritos. Y el mérito de este equipo, agarrado una vez más a su vieja guardia, es, cuanto menos, encomiable.

miércoles, 2 de mayo de 2018

Exceso de emoción

El exceso de emoción puede conducir al éxtasis prematuro, las espectativas, cuanto más altas, más difíciles de cumplir, porque en cada compromiso ajeno encontramos un motivo para comprometernos con nosotros mismos, porque la misión, cuánto más alentadora, se convierte, peligrosamente, en más suicida.

Le convendría al Atleti disputar el partido a velocida de crucero. No dejarse llevar por el éxtasis, no precipitarse por el exceso de adrenalina, no caer en la trampa de la ansiedad. Antes del pitido inicial, con cero a cero, el equipo está clasificado. Desde luego que no debe caer en la inercia de meterse atrás y aguantar un resultado durante noventa minutos, porque del agobio ajeno no viven los corazones propios, pero recordemos que ocurrió en otras ocasiones, cuando al equipo se le exigió al máximo y terminó agobiado por la responsabilidad.

El Atleti es un equipo fiable y en eso debe basar su probabilidad de pase a la final. Pese a los conatos de irregularidad con los que ha despertado este año del hermoso sueño de la complacencia, aún sigue identificándose como ese competidor brutal capaz de devorar a los aprendices de domador. Convendría taponar a los cerebros del Arsenal y dejar que, ellos sólos, se vayan ahogando en su propia orilla. Porque a ellos sí les acucia la ansiedad y ellos sí conocen la angustia. Su calidad nos puede dar un disgusto, en su irregularidad debemos basar nuestras armas y alimentar, así, nuestras esperanzas.