miércoles, 26 de septiembre de 2018

Crampones contra el terreno

Existen momentos de contricción en los que somos capaces de darnos cuenta de nuestros errores, de dividir nuestros espacios y multiplicar nuestros objetivos, existen momentos cruciales que sirven de trampolín y se recuerdan como inusitadas muestras de ambición. El Atleti, como nuestras vidas, tiene momentos de celebridad y momentos de celeridad. Mientras se busca a sí mismo va encontrando la sensación e intenta recuperar la mirada del tigre mientras observa a su enemigo en el horizonte.

El Huesca es un equipo demasiado normalucho como para ser tenido en cuenta a la hora de analizar las exageraciones. Poco a poco, el equipo, agarrado al clavo de su propia condición, va solventando momentos y encontrando sensanciones mientras se espera a sí mismo. Seis puntos consecutivos, el paraguas sobre la cabeza y el peligro de una tormenta perfecta acechando sobre la cabeza.

No se rendirán tan fácilmente. Podrán perder, porque el enemigo es bravo y talentoso, pero no les verán doblar la cerviz, porque este equipo ha aprendido a encontrar el cáliz escarbando en la montaña. Paso a paso, crampón mediante, va superando piedras y va buscando su cima. El mal juego, las dudas, los goles en contra, los pases sin sentido. Todo son esquirlas que dificultan el camino. Los que seguimos teniendo fe seguimos dando la cara, aun sabiendo que en tres días nos la pueden partir por la mitad.

lunes, 24 de septiembre de 2018

La premisa

Las premisas, como los mandamientos, deberían considerarse punto de obligada consideración. Porque una premisa es una cruz en el calendario, en el cuaderno de las tareas cumplidas, en la agenda de las satisfacciones cumplimentadas. Una premisa es un dedo indicador que señala un camino correcto, que aconseja un modo de actuar.

Contra la premisa está la trayectoria. Uno se convierte en mito por la propia inercia de su condición, por el callo endurecido de su actitud, por la brisa perenne de su aptitud. Las leyendas son apariencias públicas que sobresalen en la garganta de cualquier aficionado, el recurso fácil al que acudir cuando la memoria se hace fuerte, el tacto rígido de un momento de locura.

Godín es ídolo, mito y leyenda. Su trayectoria le ha colocado, con letras mayúsculas, en el lugar predilecto de la historia rojiblanca. Pero, más allá de los hechos, están las realidades y una de estas indica que, a día de hoy, la pareja formada por Giménez y Lucas le han adelantado por la derecha. La condición manda y la premisa está clara; lo que funciona no se debe tocar. Y Giménez y Lucas están demostrando saber funcionar en los peores momentos de la temporada.

jueves, 20 de septiembre de 2018

La mesa

La mesa de Griezmann es la mesa de la ambición, de la alternativa, del querer, del querer poder, del querer ser. La mesa de Griezmann, más allá de la ignorancia acusatoria, es la mesa de un tipo que cree haberse ganado el derecho a la consideración. Es la mesa de un tipo que ganó la Europa League con dos goles en la final, que marcó en las fases decisivas de un mundial en el que salió campeón, que empezó el verano derrotando al mejor equipo del mundo.

La mesa de Griezmann es una mesa ficticia porque en la mesa de Messi no se sienta nadie, porque el argentino come aparte y los demás miran y, con un poco de suerte, aprenden. La mesa de Griezmann debería ser el aprendizaje constante, la obsesión desmedida por mejorar y la fe abyecta a los preceptos del cholismo. La mesa de Griezmann debe llenarse de copas y las copas deben llenar nuestras satisfacciones.

Para que Griezmann pueda comer en la mesa que dice es necesario que mejore con el equipo, que lidere el proyecto, que sepa que sus compañeros tienen que mejorar y él con ellos. Para que Griezmann se siente en la mesa de los mejores es necesario que el puñetazo en la mesa no se de frente a los micrófonos sino con el balón de por medio. El Atleti hace tiempo que come en la mesa de los mejores, tal y como ha empezado la temporada, habría que decirle que levantarse antes del postre debería ser de mala educación.

miércoles, 19 de septiembre de 2018

Una cosa clara

Dejemos una cosa clara. El Atleti está jugando muy mal al fútbol. Si partimos desde la realidad, quizá sea más difícil para todos afrontar las esperanzas. El lado negativo indica que jugando así no se tardará en tirar la temporada por la borda, el positivo, por otro lado, indica que, a partir de aquí, sólo se puede mejorar. Más que nada, porque jugar peor es casi imposible.

El Mónaco es un equipo menor. No quiero menospreciar a un equipo que hace dos temporadas alcanzó las semifinales de la Champions League, pero si hago tal afirmación es en base a un análisis objetivo. El equipo que ayer jugó contra el Atlético tiene graves carencias en la creación y graves desajustes en la contención. Y aún así, obligó al Atleti a terminar pidiendo la hora.

Porque el Atleti pareció cualquier cosa menos un buen equipo de fútbol. Se comportó como una banda que tocaba sin criterio y que solo robaba la pelota cuando su rival se la regalaba. Le valió un mal partido para curar el mal de la victoria, pero no debería engañarse porque jugando así, lo más fácil es que vuelva a perder, que vuelva a lamentarse, que volvamos todos a dividirnos en ese maldito barco que han fabricado los ciegos de objetividad. Decir la verdad no significa ser menos del Atleti.

martes, 18 de septiembre de 2018

El barco

Ha entrado el Atleti en un bucle espacio temporal en el que las opiniones se confunden con la crítica y la crítica se confunde con las opiniones, un bucle en el que si dices lo que te parece mal has dejado de ser del equipo y si callas lo que te parece mal también has dejado de serlo. Un bucle difícil en el que la afición se ha enfrascado por el mismo tema de siempre; los resultados.

Lo llaman "El Barco". En el barco están todos aquellos que animan al Atleti sin caer en la tentación de la crítica, que se dejan las palmas, que viven, que sufren, que lloran. En el barco están todos aquellos que en mayo celebrarán los éxitos y serán los que digan al resto que no tienen derecho a ser felices porque el resto no son del Atleti sino que son aficionados de otro equipo que, disfrazados de rojiblanco, acuden al estadio a fastidiar el cotarro.

Hay una cosa que debe vivir más allá del dichoso barco. Se llama exigencia. Exigencia deriva de exigir. Exigir al equipo que no pierda el nervio, que no pierda el hambre, que no pierda el físico. Exigir al equipo que juegue la pelota, que no se deje dominar, que recupere el contragolpe que le identificó como un equipo temible. Exigir al equipo en consecuencia a sus mimbres. Y los mimbres son muy buenos. No se trata de exigir un título, pero sí de volver a ese partido a partido en el que, domingo a domingo, miércoles a miércoles, el equipo salía con ese hambre voraz que le permitía devorar rivales.

lunes, 17 de septiembre de 2018

Regreso a la duda

El Atleti siempre fue un compendio de complejidades. Un atisbo de clara grandeza en el que las exigencias quedaron siempre por encima de los objetivo y, muchas veces, fueron los objetivos los que marcaron las exigencias. Durante años, cuando el equipo se vio abocado a la nada, la gente callaba y reía chascarrillos. Ahora que el equipo lucha por todo, los que callaban hablan y los que hablaban piden que callen. No hay consenso porque no hay asimilación. Aunque, realmente, no hay consenso porque no hay juego.

No hay juego porque el equipo no consigue enganchar con el aficionado. Son muchos los que dicen que el Atleti de Simeone nunca ha jugado a nada. Los mantras, como las mentiras, son conatos de verdad que tornan en espejismos de tanto repetirse. Ni el Atleti de Simeone siempre ha jugado mal ni, desde luego, nunca ha dejado de ser competitivo.

Por eso extraña ver al equipo bascular sin sentido, dejar que el equipo rival toque y toque sin sentir el agobio de la presión, no ver prietas las filas ni toques de rebato. Extraña esta indolencia y extraña, por poco común, esta falta de identidad. El equipo ha regresado a la duda y el aficionado no sabe si callar y esperar o hablar y pedir que todo cambie. Difícil tesitura. Porque la espera es agónica y porque la agonía limita nuestros instintos.