lunes, 24 de enero de 2022

Locura

Bajar al fondo del pozo solo tiene una ventaja, saber que que no hay nada más abajo y solamente tienes la opción de subir. Cuando llegó el descanso del partido ante el Valencia, el Atleti estaba en la más absoluta mierda; no sólo estaba perdiendo un partido en casa ante un rival que estaba haciendo lo justo por ganar, sino que venía de una de travesía durísima por un desierto que parecía no tener fin y aquella parecía su manera definitiva de dejarse morir rodilla en tierra y orgullo inmaculado.

Las derrotas ante Athletic y Real Sociedad habían sido duras por el cómo más que por el qué. Naturalmente se puede perder un partido, e incluso dos, y más si es ante rivales que ponen mil voltios en cada lance y saben interpretar su juego a la perfección, ante eso poco se puede añadir. El problema es perder con los brazos caídos, con el alma apagada y mirando el balón con el temor de quien sabe que lo va a perder en el siguiente choque. Un equipo sin corazón es un equipo abocado a la muerte y así estábamos todos, muertos de pena, cuando llegó el descanso del partido ante el Valencia y veíamos a nuestro equipo caer al pozo de la inmundicia.

Sin embargo, cuando todos creíamos ver un encefalograma plano, la maquinita empezó a emitir señales de un equipo vivo. No se jugó un buen fútbol, pero se echó aquello que tanto estábamos echando de menos durante los últimos meses; aquello que los más clásicos bautizaron como las tres "bes": Balor, Boluntad y Buevos. Porque nada enciende más al aficionado que ver a su equipo en combustión, verle pelear cada pelota, intentar ganar un partido por lo civil o lo criminal, sentir que el escudo que llevaban en el pecho, el de verdad, les quemaba el corazón como a nosotros nos quemaba el ansia. Y sí, llegó la remontada y llegó la locura y durante unas horas se lo perdonamos todo y ahora en plena resaca, nos miramos a los ojos y les decimos: "Este es el camino, Atleti". "Por favor, no nos hagáis volver a pasar vergüenza".

lunes, 10 de enero de 2022

Todo mal

Cuando todo está mal, nada sale bien. Cuando todo viene de espaldas es muy difícil asumirlo de frente y más difícil aún contrarrestar los errores porque en el vicio de no encontrar la solución no aparece la virtud de hacer frente al problema. El portero ha perdido su aurea, los centrales titulares se citan en la enfermería dejando a los suplentes un espectáculo circense rayano en el ridículo, los centrocampistas se pierden en los lugares sin espacios y los delanteros han de buscarse las habichuelas en los dos o tres balones francos que reciben por partido.

Así llegó el primer gol, más motivado por una genialidad espontánea que por un lance del juego, porque hasta que Correa interceptó el balón en el círculo central, el equipo no había sobrepasado esa línea y se mostraba incapaz de dar dos pases ante un Villarreal que circulaba con soltura y acogotaba al Atleti a base de centros abiertos y robos inmediatos. Luego llega Correa y marca el gol de su vida, sí, pero si no aparece el juego, las genialidades, al final, solamente quedan en anécdota.

Porque el equipo no tiene patrón ni está estructurado para nada. Es increíble como en el transcurso de medio año, un equipo campeón se ha convertido en una medianía, en un rival sin alma, espíritu ni combatividad. El arreón final, más provocado por el orgullo que por el juego, permitió sacar un empate que no merecimos pero que al menos nos pone de frente a nuestros pecados. Seguimos en posición para luchar de nuevo por entrar en Champions y nos hemos quitado de encima un campo que sigue siendo una pesadilla. Ahora toca reiniciar y pensar en el Supercopa que, aunque no sé si lo han llegado a sopesar, no deja de ser un título y no estamos ahora para despreciar nada.