
Era por ello que muchos nos preguntábamos cuando llegaría esa suerte que siempre nos era esquiva, cuando lo que realmente no nos hacía falta suerte sino trabajo. El Atleti ha ganado tres partidos agónicos consecutivos en el estertor del último suspiro y los que se hacen llamar entendidos nos quieren hacer creer que la tendencia ha cambiado porque ahora tenemos la suerte que antes nos faltaba. Lo que nadie quiere pararse a decir es que la suerte, como todos los logros de la vida, también hay que trabajarla.
El Atleti trabaja los partidos de la impecabilidad del esfuerzo físico. A menudo, para mi gusto demasiado a menudo, abusa de la reculación por tener fé ciega en su certero contragolpe, pero nadie puede dudar hoy del esfuerzo de tipos a los que antes dábamos por indolentes impertérritos. Cuando un corre hasta la extenuación, cuando pelea el último balón, cuando busca el área sin cesar, cuando provoca faltas al borde del área por insistencia marcial, a veces ocurre que el balón termina por entrar en la portería en el último minuto. Y muchos, a eso, lo llaman suerte. Yo lo llamo trabajo bien hecho.
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