
Cuando los nervios se amontonan en la boca del estómago no sabemos si ir o venir, si correr o parar, si pensar o soñar, si comer o ayunar. El agua fría arde y el agua caliente está demasiado fría, no hay lugar para sentimientos sino para sentimentalismos; rememoramos el viejo álbum de fotos e imaginamos la sonrisa de nuestro padre si el resultado es favorable, no queremos pensar en la lágrima, por más que de estas ya hayamos contemplado demasiadas. Pero no nos resistimos a caer; nos volvemos a levantar, orgullosos y volvemos a sentir que el precipio bajo nuestros pies es una amenaza contra nuestro futuro. Abajo está la mala gestión, pero en la cuerda floja sobreviven nuestros sueños. Ilusos de nuestro tiempo, nos aferramos a una final aún sabiendo que no somos dueño de nuestro destino. Vivimos el Atleti, aún sabiendo que han fabricado un Atleti que no vive para nosotros.
Cuando los nervios se amontonan en la boca del estómago somos conscientes de la grandeza del escudo, de la fuerza de un sentimiento que sigue latiendo y resistiendo, del poder de la ilusión, de la grandeza de la esperanza. Sabemos que el rival es fiero, pero sabemos que podemos hacer algo grande. Otra vez. Y, como siempre, volveremos. Aunque no levantemos la copa, aunque los gritos de mañana los apague el eco de otra voz, aunque nos desangremos lentamente. Porque cuando los nervios se amontonan en la boca del estómago es cuando sabemos que la grandeza no la mide un resultado sino la fuerza de una pasión.
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