miércoles, 25 de abril de 2012

Hoy es uno de esos días

Todo aficionado sueña con días así, en los que su equipo no se vea inmiscuído en medio de la mediocridad y se juegue a una carta el todo o nada en un envite a vida o muerte. Hoy los sueños visten pantalón corto, tienen forma de gol y nacen en un grito ahogado mirando al cielo mientras se suplica por un pedazo de gloria. Hoy es uno de esos días en los que se demuestra por qué quisimos ser del Atleti.

Quisimos ser del Atleti porque entre las franjas blancas late sangre roja de pura pasión, porque hubo un tiempo en el que tipos de bigote poblado, calva incipiente y pelo en pecho nos despertaron para recordarnos que este era un juego de hombres con el que los niños tenían derecho a soñar despiertos, hoy es el día en el que Arteche, Marina y Landáburu aparecen en nuestros pensamientos y nos intentan convencer que sí, que eso del pupas no existe, que existe un escudo con un oso rampante que amenaza al enemigo con devorarlo vivo. Hoy es uno de esos días en el que los sueños se pueden convertir en realidad.

Y sin embargo no puedo evitar tener miedo. Miro a los ojos de Falcao y veo fuego, en los de Adrián veo inteligencia y en Arda y Diego veo deseos de gloria, pero, aún así, no puedo evitar esa molesta desconfianza que se ha convertido en mi compañera de viaje durante los últimos veinte años. Hoy es uno de esos días en los que el Atleti se busca a sí mismo para bien o para mal. Para bien, porque si logra salir vivo de Mestalla, los niños sabrán que sí, que existe una leyenda en rojiblanco a la que todos tildan de equipo grande. Y para mal, porque si el Valencia nos deja en la cuneta, los niños también sabrán que es verdad todo aquello que les contaron de que el Atleti es impredecible y de que es capaz de lo mejor y de lo peor. Yo hace mucho que no veo lo mejor y por ello espero que la cara B del Atleti no me arranque el alma de un mordisco. Hay que ganar para seguir sobreviviendo y, sobre todo, para que muchos niños sigan creyendo que ser del Atleti es posible en los tiempos que corren.

martes, 24 de abril de 2012

El antihéroe

El antihéroe viste camiseta larga, pantalón por las rodillas y medias descolocadas. Suele fijar la goma del pantalón corto a la altura de la rabadilla y ni siquiera se preocupa en atar el cordón porque sabe que la voluminosidad de su trasero no dejará hacer su trabajo a la gravedad. Calza botas de bajo número, pisa la pelota con despreocupación y aparenta displicencia cuando en realidad tiene el pase correcto siempre en la cabeza.

El antihéroe no se engomina el pelo, lo deja crecer a su aire, se le enreda en el peine y la maraña se levanta con el viento dejando la frente al descubierto cada vez que inicia una carrera. Tiene las cejas pobladas, la mirada melancólica y una barba de cuatro días a medio camino entre la elegancia y la dejadez. Apenas sonríe con intención y, cuando lo hace, deja al descubierto una fila de dientes separados que le hacen parecer más niño de lo que aparenta a simple vista. Tiene papada y arrugas, es bajito y desgarbado, corre sin demasiado entusiasmo.

El antihéroe se desliza por el suelo cuando está seguro de ganar un balón, tiene un correr pesado pero firme, una conducción antiestética pero segura, unos movimientos torpes pero eficientes. El antihéroe tiene técnica aunque no lo parezca, tiene visión aunque no la aparente, tiene gol aunque a veces desaparezca de las zonas de influencia. El antihéroe es moreno, desgarbado y parece un vendedor de kebab, pero al otro lado del espejo aparece un futbolista como la copa de un pino. El antihéroe no es portada de revista, ni imagen de marcas deportivas, no tiene músculos en el abdomen y apostaría a que tiene el pecho velludo como el bizarro al que todos nos gusta que se parezca. El antihéroe es turco, es jugador de fútbol y se llama Arda Turan.

lunes, 23 de abril de 2012

Un momento para creer

El Atleti ha aparecido como tal en el momento necesario. Durante muchos años hemos gastado tiempo, lágrimas y memoria rememorando aquellos días en los que la rojiblanca la vestían hombres, la sudaban caballeros y la hacían palpitar corazones osados. Hacía demasiado tiempo de aquello como para volver a recuperar la fe. No es que sea este un Atleti de fiesta y procesión, ni de carta magna e investidura legendaria, pero al menos, y durante dos partidos, nos ha hecho recordar que existe un lugar en el alma para el sentimiento.

Han transcurrido ya dos semanas desde que el equipo se dejó la vergüenza en una mañana valenciana jugando a nada contra el Levante. Se perdió el derbi mientras se recuperaba el fuelle y aunque en Vallecas se dio un amago de espantada, las musas regresaron al césped el día que las habichuelas se jugaban en un duelo de valientes. Huelga decir que solamente hubo un equipo de héroes y que el Atleti no jugó solamente a ganar, sino a recuperar una parcela de la memoria que todos creíamos en desuso. La inercia positiva puso por delante al Espanyol y el fútbol demostró que con buenos jugadores es más fácil apostar a ganador.

Pero no por esbozar una leve sonrisa vamos a cometer la temeridad de ahuyentar los fantasmas con una carcajada. El conocimiento del terreno, el pasado reciente y la poca predisposición de todos los estamentos del club (desde el césped, hasta la grada, pasando por el palco) nos hacen ser demasiado cautelosos ante lo que se aproxima. El Atleti que conocíamos saldría a Mestalla con cara de perro y el pecho descubierto. El Atleti del gilismo tira sus cartas al aire y se acoge a la incógnita más indescifrable; o truco o trato. Vida o muerte. Final o caída. Una eliminación en Valencia haría caerse a todo el equipo con su alforja de sueños repleta de sonrisas pendientes. Queda un partido por la vida y otros cuatro por la muerte. De la UVI a planta hay noventa minutos de esfuerzo. El equipo ha demostrado cómo sabe ganar, lo malo es que también nos ha enseñado muchas veces cómo sabe perder ¿Se puede creer en Bucarest? Mi fe tiene nombre de Diego, de Arda, de Adrián y de Falcao. Yo creo en ellos. Quiero creer en el Atleti.

jueves, 19 de abril de 2012

Memoria selectiva

A todos nos gusta barrer para casa. Lo de olvidar errores propios y reclamar los ajenos es algo que, a base de orgullo y rabia, hemos aprendido a vocear bien alto para que todos nos oigan. La mayoría de las veces no dejamos que la verdad nos estropee una bonita mentira y es por eso que cerramos los ojos para olvidar lo que es justo y abrimos la memoria para rescatar lo que consideramos como injusto. Es el problema de la memoria selectiva; tendemos a disfrazar la verdad con verdades a medias.

No era de extrañar que, una vez realizado el sorteo de cuartos y una vez los contendientes hubieron solventado su primer envite, la prensa, la memoria y la quemazón mental sacaran a relucir aquel famoso agarrón de Juanito a Zigic en el estertor de una eliminatoria que el Atleti solventó por el simple hecho de ser mejor que su rival. Dificilmente existe consuelo para los derrotados, no voy a decir yo aquí que no les entiendo, pero sí les voy a explicar por qué no comparto su ira ni sus objeciones.

Se escudan en que Villa era infalible en los lanzamientos desde los once metros. Vale, lo compro, no les voy a suscitar el supuesto de que, a lo mejor, De Gea le hubiese detenido el penalti al asturiano en caso de que el juez de área no hubiese cerrado los ojos y hubiese señalado lo que fue obvio y cristalino. Pero ¿Acaso nadie recuerda el tramo final de Forlán en aquella temporada? ¿Qué por qué recurro a esto? Muy sencillo. La memoria selectiva tiende a olvidar lo trivial para centrarse en lo escandaloso, pero yo opino que un fuera de juego mal señalado no es una trivialidad a la que no poder recurrir en caso de sentirte acorralado en el callejón de las excusas. Si no recuerdo mal, fueron tres las ocasiones en las que Forlán encaraba a César con la casi definitiva ventaja del mano a mano y en las tres se señaló un fuera de juego inexistente. Analizado el recurso, las pruebas de la acusación y los informes remisivos de los abogados defensores ¿Se puede decir que el Atleti pasó aquella eliminatoria gracias a los árbitros? De haberse señalado aquel clamoroso penalti, ahora seríamos nosotros los que anduviésemos llorando por las esquinas reclamando aquellos fueras de juego que mandaron al limbo tres ocasiones de gol. Hubiese sido un craso error. Llorar es de conformistas y mirar hacia adelante es de emprendedores. Nos encontramos ante un equipo herido y la daga es de doble filo; si caemos en su juego terminaremos por patalear y si terminamos pataleando es que habrá algo que no hemos hecho bien. Y ahora no hay margen para los errores. Tampoco para las excusas.

miércoles, 18 de abril de 2012

Ejemplos de desnaturalización

Han pasado solamente dos años desde aquel empate a cero contra el Valencia y parece que hubiesen pasado dos décadas. Aquel día jugaron veintidós titulares y hoy, cuando solamente han transcurrido veinticuatro meses, solamente dos, Domínguez y Alba, repetirán en la partida como fijos en el once. Es el ejemplo más salvaje de la desnaturalización del fútbol; antaño símbolo de pasiones y hoy, vil negocio en el que los aficionados pintamos lo que un pobre en el despacho de un director bancario. Es decir, nada.

Las malas gestiones dejan heridas a las que cuesta mucho cicatrizar. Unas veces por acción, y otras por omisión, lo cierto es que tanto el Atleti como el Valencia se han visto abocados a la ruína por el capricho de tres golfos que jugaron a ser Dios sin haber aprendido a ser hombres. Soler dejó un solar como un nuevo Mestalla y arruinó a un club que cuando visitó el Calderón para jugarse los cuartos contra nosotros, aún conservaba materia prima de primer nivel: Silva, Mata y Villa no eran moco de pavo.

Y sin embargo, pasamos. Pasamos porque, por primera vez en veinte años, fuimos capaces de juntar un grupo comprometido con una causa. No creáis que aquello fue el principio de una larga amistad, ni mucho menos. Para desmembrar la casa, empezaron por el tejado y no dejaron ni los cimientos. Primero fue Jurado, después Simao, le siguieron Ujfalusi, De Gea y Agüero, después fue Forlán y, por último, Reyes. A Raúl García lo empaquetaron a Osasuna y a Assunçao lo empaquetaron al banquillo. Y a ninguno le dieron las gracias por los servicios prestados. Faltaría más. Es el ejemplo más brutal de desintegración de un equipo en la historia del club. Fue el primer equipo ganador en catorce años de travesía ¿Pero para qué seguir ganando? Aquí lo que importa es ganar en los despachos ¿Qué es un título europeo en comparación con una comisión pactada con Mendes? Una nimiedad. Y aquí no estamos para tonterías.

lunes, 16 de abril de 2012

Un tigre entre la miseria

Apareció Falcao cuando más se le necesitaba. Lo cierto es que cuando abonas cuarenta millones de euros (más comisiones no públicas) en un futbolista es porque esperas que, en momentos puntuales, aparezca para resolver las dificultades. Y la de ayer fue de aúpa. Un equipo con un presupuesto ínfimo y media docena de titulares fuera del equipo, nos puso los atributos de corbata. Es la enésima vez que un equipo inferior se siente superior ante el Atleti. Debe ser aquello mal entendido del respeto y la admiración. Al Atleti le queda el palmarés, pero eso se olvida cuando se salta al terreno de juego y los contrarios miran más al presente que al pasado. Aquí, y ahora, el Atleti es un equipo descompuesto que no juega a nada y no tiene un objetivo claro. Dicen de Champions, pero en la próxima derrota volverán a verse las vergüenzas y volverán a aparecer las realidades. La mentalidad y el fútbol no son acordes a un equipo puntero.

Apareció Falcao y quiso encubrir todas las miserias con un gol plagado de talento. Un buen delantero centro es movimiento, desmarque, remate y definición. A Falcao no le sobra el juego cuando se aleja de su hábitat natural, pero en el área es un depredador infalible. Este año le ha marcado gol a los equipos de arriba y en la Europa League hemos vivido de sus goles para llegar, una vez más, a semifinales. Son veintidos goles de los cuarenta y cuatro que el equipo ha anotado en la liga. Solamente Messi y Ronaldo llevan, por sí mismos, tres goles menos que nosotros. Las cifras del equipo son deprimentes, pero las del colombiano son admirables. Los que le silbaron cuando no encontró la racha equivocaron, una vez más, el objeto de su protesta. Los culpables siempre se sientan unos cuantos escalones más arriba.

Apareció Falcao y el equipo vuelve a las cuentas de la lechera. Pero la realidad es otra; la falta de centrocampistas creativos y el exceso de compromisos para una plantilla tan corta hacen que el equipo haya llegado exprimido de fútbol al último tercio de campeonato. Los inicios de Simeone fueron halagüeños, pero la luz se fue apagando y ha vuelto la oscuridad. No es culpa del Cholo; él ya cogió un juguete desgastado y mal confeccionado, bastante hizo con intentar ponerlo en marcha. A la agonía le quedan siete partidos. Ocho, en el mejor de los casos. Llegarán titulares confusos y mentiras ilusiorias. El Atleti pide tregua en el momento más álgido de la batalla. No hay mucho donde rascar y, sin embargo, aún queda una parcela de sueños por conquistar; quizá, si Falcao sigue apareciendo, lo que hoy es mentira, a lo mejor mañana es un poco más verdad. Quién sabe.

jueves, 12 de abril de 2012

Cazafantasmas

Los dos equipos saltaron al terreno de juego y el fondo sur del Calderón se engalanó con un tifo espectacular y una pancarta reivindicativa; "Cazafantasmas". Se quería dar a entender que el Atleti se iba a comer al vecino e iba a acabar con la prepotencia de las estrellas del equipo rival. El final todos los conocemos ya, ni se cazaron fantasmas ni se evitaron esos gestos de superioridad que gustan de gasta en la acera de enfrente cada vez que marcan un gol.

El Atleti volvió a confundir su verdadero objetivo ¿Qué fantasmas hay que cazar? Principalmente, el del miedo. Los años pasan y las derrotas pesan como una losa. La próxima temporada dirán que van ya trece años y, con esta inercia, probablemente lleguemos a los veinte y la moral vaya quedando cada vez más minada. Al Atleti no le basta con sesenta minutos buenos en lo físico, necesita lucidez, desborde y profundidad. Otro fantasma a cazar es el del fatalismo; no vale escudarse en la mala suerte y proclamar ahora que el resultado, por lo abultado, es injusto. De mérito es reconocer la superioridad del vecino y purgar nuestro interior para darnos cuenta de que hace tiempo que nos toman por el pito del sereno. Cuando ellos empezaron a recalificar terrenos, a nosotros nos robaron el club sin poner una sola peseta. Después llegó la intervención, los embargos, las excusas, los complejos y los miedos. Mientras ellos van hacia arriba, nosotros vamos más y más hacia abajo.

Todo por culpa de los dos principales fantasmas a los que hay que cazar. Esos dos espectros de cara dura y sentencia prescrita sí son merecedores de una pancarta alusiva en el fondo sur. Ellos no se han vestido nunca de corto, ni han marcado un gol. Nunca han sudado nuestra camiseta y, sin embargo, se erigieron dueños de nuestros designios para mandar a la mierda todas nuestras esperanzas. Ellos son los fantasmas a cazar. Mientras sigan en el palco, el Madrid seguirá teniendo Cristianos y el Atleti seguirá teniendo Godines. No hay pancartas para ellos, sólo silencio. Y tras el silencio, derrotas. Anoche, una más. Y ya van demasiadas como para no sentirse harto.

miércoles, 11 de abril de 2012

Memorias de un pesimista

El tiempo, futbolísticamente hablando, me ha convertido en un tipo pesimista. Normalmente estoy más huraño de lo normal cada vez que se acercan estos partidos de transcendencia emocional; prefiero aislarme de los comentarios, impermeabilizarme ante los pronósticos y, sobre todo, no pensar en todas las derrotas anteriores. Desgraciadamente, esto último resulta demasiado difícil. Son ya demasiados años aguantando chanzas y leyendo crónicas preescritas. No puedo levantar la cabeza y asegurar que esta vez sí será la buena porque, dolorosamente, no lo siento así.

Mis primeros grandes recuerdos datan de un par de cero a cuatros en el Bernabéu. En el ochenta y cinco cuando el vecino andaba pendiente de remontadas entre semana y en el ochenta y siete cuando ya habían formado un equipo formidable. Puede viajar mi memoria mucho más atrás, quizá a un tres a uno en el ochenta y uno con un jugador llamado Dirceu que le pegaba a la pelota como los ángeles. Pero ahí solamente tenía cinco años. Ya era del Atleti, sí, pero no empecé a vivir la rivalidad con pasión hasta que Hugo Sánchez (una camiseta rojiblanca con el número nueve en su honor aún duerme en un cajón de mi casa) se cambió de acera.

Empezó entonces una batalla encarnizada contra mí mismo en pos de evitar morir de nerviosismo en cada previa de derbi. Mi adolescencia se dibujó con duelos al sol entre Futre y Chendo y con goles de Manolo a Buyo. Creía que aquella copa del noventa y dos podía ser el comienzo de algo grande, pero no fue más que un canto del cisne que fue apagando la luz de mi consciencia poco a poco hasta dejar a oscuras mi ilusión en cada víspera de partido del año. La gestión empequeñeció al club; los anuncios, el infierno, las dudas, las derrotas, el conformismo y el mirar hacia otro lado. Todo ello llevó al Atleti a un proceso de autodestrucción en el que aún salen volando esquirlas por los aires en forma de ridículo. Cuando se acabó la exigencia, se acabó la grandeza. Son ya más de doce años sin ganarle al Madrid ¿Qué me puede hacer pensar que este año sí?

martes, 10 de abril de 2012

Discurso equivocado

Si el Atléti y el Madrid son encarnizados rivales es porque durante muchos años anduvieron compartiendo objetivos y el vecino era más una mosca cojonera a la que había que quitarse de encima que una chufla de pandereteros dispuestos a alegrar el día del rival. Hubo un tiempo en el que el Madrid ganaba copas de Europa y el Atleti le ganaba finales de copa del Rey en su propio estadio. Eso ya nadie lo recuerda, pero si los tiempos en lo que solamente el primer clasificado jugaba la Copa de Europa se hubiesen extrapolado hasta hoy, es posible que el Atleti le hubiese dado más de un dolor de cabeza a su vecino de enfrente.

Pero esos tiempos son pretérito perfecto simple. Los tiempos, las influencias de uno y la autodestrucción del otro terminaron por cambiar el panorama. Si la distancia era de dos palmos se convirtió en un metro, después, pasó a ser de un kilómetro y ahora hay años luz de distancia. No se puede recuperar toda la gloria en una sola temporada, pero sí se puede empezar de cero en un solo partido. No se trata de ganar por fastidiar, no, porque si pensamos en ello estaremos tirando por la borda todos nuestros sueños y seguiremos empequeñeciéndonos cada vez más y más.

La batalla del vecino es otra, una muy lejana a la nuestra. No les echemos todas las culpas a ellos y a sus afines porque nosotros tenemos lo nuestro. Hubo tiempo en el que ellos recalificaban ciudades deportivas y nosotros nos preguntábamos en la tele por qué éramos del Atleti ¿Cómo no iba a haber una distancia sideral? Los partidos se ganan porque se necesitan los puntos, porque se necesita recuperar el orgullo y porque siempre se le debe una alegría al aficionado. Pero no se ganan por la simple razón de joder al rival. Pensando así seguiremos equivocando el discurso y ellos se harán más grandes mientras nosotros nos iremos haciendo más pequeños.

martes, 3 de abril de 2012

Yo soy de Perea

Pasaron muchos, casi todos muy malos, y él cargó con su culpa y con la de los demás. A menudo acudía a socorrer un agujero en el lateral, en la siguiente jugada sofocaba un incendio en banda contraria y poco después solventaba con su velocidad la salida de tono de su compañero de defensa. Nadie le aplaudió el esfuerzo porque en la enésima incursión un mal rebote, un mal centro o un mal despeje terminaba con un gol en contra. La gente le señalaba con el dedo sin darse cuenta de que cada partido del Atleti era como el cántaro del cuento que de tanto ir a la fuente terminaba por romperse.

Perea es un superviviente que sigue lidiando guerras con los dientes apretados. Nunca fue un dechado de virtudes con el balón en los pies y tampoco pretendió serlo. Por no esconder sus carencias fueron muchos los rivales que le buscaron las cosquillas. Como el Atleti no tenía ningún centrocampista decente para sacar el balón jugado, el marrón caía siempre en el negrito, ese que no sabía calibrar su bota, ese que corría más que nadie y con un sólo error emborronaba el dibujo que el sudor había pintado sobre su camiseta.

Aún recuerdo dos partidos que glorificaron a este Atleti de Gil más pendiente de la comisión que del interés deportivo. Enfrente estaba el Liverpool y en el horizonte un premio: la final de la Europa League. Aquellos dos partidos de Luis Amaranto Perea fueron de vídeo; el equipo ayudó en el centro del campo y él solamente se tuvo que preocupar de hacer lo que mejor sabía; defender. Corrigió con velocidad, ganó todos los duelos, los que implicaban carrera y los que implicaban anticipación, y, además, no erró en la salida porque el equipo no le complicó el espacio. En un par de meses cumple contrato y nadie del club se ha acercado a él para agradecerle los servicios prestados. No creo que lo espere y nosotros tampoco. Por eso seré yo quien le agradezca algo que los reproches han escondido durante mucho tiempo: tú sí supiste honrar el escudo. Pasaron muchos, casi todos muy malos y tú cargaste con tu culpa y con la de los demás, pero nadie supo perdonarte jamás un desliz. El destino, y Daudén Ibáñez, te deben un gol en un derbi. Aún estás a tiempo. Espero verte jugar. Yo soy de Perea.

domingo, 1 de abril de 2012

Diego, el hombre

Minuto siete de partido. El Getafe inicia una contra vertiginosa y el balón llega a Miku dentro del área, cuando se dispone a sacar el cañón a pasear, una pierna suicida arrastra desde atrás la pelota y lo envía córner. La sombra del delantero venezolano durante toda la carrera había sido Diego, ese hombre que llegó como un niño alicaído y que ha encontrado en el Calderón el calor idóneo para volver a regenerarse.

La acción clarificó lo que fue el partido; un equipo de guerreros contra uno equipo de desertores. No hubo mucho fútbol, es cierto, pero no vamos a quitar méritos a una victoria trabajada desde el deseo. El equipo no pudo jugar, pero quiso ganar ¿Se entiende ahora la diferencia entre el partido de ayer y el de Zaragoza? Salir a salvar un punto es un acto suicida, salir a agradar a tu público es un acto de deber. Los esforzados obtuvieron su premio guiados por Diego, ese hombre que suda la camiseta y enseña una celebración emocionada para la foto. Tan comprometido estuvo que dejó una estampa inmejorable para publicitar al nuevo patrocinador. Más comisiones para los frotamanos.

El Atleti con Diego es otro porque el brasileño permite a Gabi pensar en lo sencillo y a Mario pensar en el organizador del equipo rival. El Atleti con Diego es otro porque invita a los laterales a la aventura, sabedores que siempre encontrarán a ese amigo que les lanzará con un pase en profundidad. El Atleti con Diego es otro, porque aleja a Falcao del centro del campo y le envía al área donde se encuentra como un león en la sabana. El Atleti con Diego es un equipo de setenta minutos constantes y veinte minutos de incertidumbre. El fuelle y las rehabilitaciones no dan para más. Con Diego, Turan descansa y Salvio aparece por sorpresa. Ahora solamente falta que regrese Adrián y las pilas vuelvan a la media carga para afrontar el último tramo de esta montaña rusa. Vienen unos vaivenes de aúpa.