martes, 7 de mayo de 2013

Fútbol para ricos

Ayer me dio por pensar en esos pobres soñadores que imaginan un día de gloria, bandera en mano, bufanda al cuello y garganta afilada. Me dio por pensar en sus esperanzas de regresar al cielo, de volver a sentirse grandes y presenciar algo histórico. Me dio por consolar porque me consolé a mi mismo, me dio por patalear con el alma porque supe que el alma de muchos atléticos estaba presa de la impotencia.

Ayer me dio por llorar con el corazón porque vi frustradas mis opciones, porque caí al suelo desde la cama, porque el sueño del precario no alcanza la cota de la fortuna. Ayer me ofrecieron dos entradas para la final de copa y quien piense que soy un afortunado sin conciencia, un desarraigado o un desagradecido, es porque no sabe que soy uno de esos millones de españoles a los que doscientos euros les arregla un mes y le puede suponer un mes sin hablarse con la parienta.

Imagino a ese niño que sueña ir de la mano de su padre, imagino a ese joven que aún cree que todos sus sueños se cumplen con un gol en el último minuto, imagino a ese abuelo que rememora sus sueños en blanco y negro, imagino a ese aficionado que busca en el fútbol su lugar en el mundo. La mayoría de ellos no podrán dar rienda a sus ilusiones porque este fútbol para ricos les ha privado de la ocasión de ser cómplices de un hecho histórico. Los precios de la final de copa oscilan entre los cincuenta y los doscientos cincuenta euros. Ver el fútbol con prismáticos o verlo en el salón de casa. Ya que no nos dejan imaginarlo, al menos que nos dejen celebrarlo.