lunes, 25 de noviembre de 2024

Querer

Querer implica una correspondencia transversal, una dosis de paciencia, un saber mirar hacia otro lado en algunos errores y una reprimenda en otros más trascendentales. Querer no es banalidad porque si lo conviertes en rutina se transforma en aburrimiento y si lo conviertes en asunto de estado se convierte en peligroso. Querer es reciprocidad siempre que la misma llegue con correspondencia mutua, porque querer muchas veces duele, pero otras, o casi siempre, es un acto de fe hacia alguien que nos hace sentir especial.

Hay quien quiere por interés, quien quiere por inercia y quien quiere por desorden mental. Cómo no te voy a querer es una expresión de miedo al vacío, de intolerancia al fracaso, de rechazo a la frustración. Porque quien quiere de verdad quiere en las buenas, pero sobre todo es capaz de desollarse la piel en las malas. Porque querer no es un verbo que se conjugue en primera persona sino que siempre hay más elementos en juego y cuando uno de ellos hace crack, si de verdad quieres, lo normal es tender la mano y no mirar hacia arriba esperando un simple milagro.

Simeone quiere el lugar en el que está porque es hincha del equipo al que entrena. Todo es más fácil cuando hay amor, o debería serlo. Porque a veces, cuando el amor no es correspondido, duele y hace brotar las lágrimas. Algo así le pasó a nuestro entrenador el sábado cuando, preguntado por su futuro, dejó escapar un conato de emoción que no conocíamos tras su armadura impertérrita. Y es que este club se ha forjado con leyendas de pico, pala, yunque y martillo y, aún así, hay gente allá afuera que no es capaz de corresponder al amor con amor. Desagradecidos puede ser la palabra. Amargados puede ser otra definición. O quizá es que aún no han aprendido de verdad que es lo que significa querer.

lunes, 4 de noviembre de 2024

Errar el tiro

Soy consciente de que el Metropolitano, sin el aliento del fondo sur, es poco más que un teatro. Que sí, que hay gente que lo intenta, pero los que acudimos a las tribunas o al fondo contrario, somos aficionados entusiastas de corazón a los que la edad ya nos hace temblar las piernas. Damos palmas, cantamos el himno y tal, pero eso de estar noventa minutos sin parar, pues no va con nosotros.

Y es por ello que admiro y alabo el trabajo constante que hacen allí durante todos los partidos, despertándonos cuando nos dormimos y dejándole ver al equipo que nunca solo caminará. Porque en esa grada hay seis mil personas, muchos de ellos jóvenes que aprovechan la rebaja de la grada joven y se arriman al calor del ánimo que aún les late en el corazón y se desprende hacia sus piernas y su garganta. El problema está en que todos esos seis mil están secuestrados por unos pocos indeseables.

Esos indeseables, que manchan el nombre de la peña que acuna todo el fondo, son los que han provocado un cierre parcial, una multa y una respuesta acorde por parte del club. Porque lo que el club quería era que esos seis mil señalaran a esos pocos, puesto que, por su culpa, les han hecho pagar como justos siendo ellos los pecadores, pero todos, todos, han errado el tiro. No sólo han defendido a los indeseables sino que se han atrevido a repartir carnets a los que no comulgamos con ellos. Porque, por más provocación ajena que mediase (tras pasar un partido deseando la muerte del provocador), no hay acto que justifique un conato de violencia. 

Llevan un estigma pintado en su frente desde hace más de veinte años y, en lugar de purgar, vuelven, siempre, a las andadas. Mientras el resto mire al dedo, en lugar de a la luna, seguirán las expulsiones improvisadas y seguirá el silencio, pero volverán, de nuevo, las oscuras golondrinas.