
El Atleti hace meses que perdió el acné y maduró hacia una mayoría de edad por todos esperada. Ya no es el niño pardillo que pierde partidos regulares y sale goleado en los malos, ya no sabe que es eso de esconder la pierna y levantar la mano, ya no sabe qué son las mofas de las aficiones rivales cada vez que once espectros rojiblancos pisaban el césped a modo de visita. Aún recuerda el runrrún de la desconfianza, el dolor de la derrota y la vergüenza del ridículo, pero encontró a un padre que le dijo que aún tenía la opción de regresar un domingo al campo con el pecho erguido, la cabeza levantada y los dientes apretados. Simeone, el padre de la criatura, celebra goles con rabia y mira a los suyos con orgullo. Su Atleti se está haciendo mayor.
Hubo día en los que partidos como el de ayer se perdían por mera condición gravitatoria. En caso de duda, el balón siempre caía en la portería del Atleti y, a más duda, menos capacidad de regeneración y los cuentos del Atleti nunca terminaban como aquellos que nos contaban de pequeños porque en estos, nosotros nunca terminábamos comiendo perdices. Pero las tendencias cambian y las mentalidades también, el Cholo ha obrado el milagro y el Atleti, que hasta hace dos días no sabía tirar un contraataque, remontó un partido difícil en el Villamarín. No es que el rival acuciara con esmero, es que fue el propio el Atleti el que se empeñó en darle vida por momentos. Recordemos que ha crecido, sí, pero que aún es un jovenzuelo inocente y tiene cosas por aprender. Para eso está Simeone; para hacer de padre y para hacerles creer que sí, que la palabra "equipo" tiene cabida como concepto en el ideario del Atleti.