
Otra vez. Dando vueltas en la cama sin encontrar la postura, recordando los goles del pasado para curar las heridas del presente. Aparece el cabezado de Miranda e inmediatamente, también, como una pesadilla, el de Ramos cuando ya tocábamos el cielo con las dos manos. Las ganas de revancha, el miedo a perder. Ahí, creo, se resumió todo. Regresó el miedo a tocar el cielo. El reto vino grande. El plan no funcionó. O, simplemente, no hubo plan.
Otra vez. Los días postpartido en la oficina aguantando chanzas. Las mañanas de ausentismo mental intentando programar el final de un día que no llega. El deseo, insano, de que alguien les meta mano en la semifinal y se callen de una vez la boca. No me siento bien por ello. Respiro. Y otra vez vuelve el tormento de saberme inferior cuando ya creía que habíamos superado el abismo. De nuevo a remar. De nuevo a intentar demostrar que sí, que hemos vuelto. Aunque para ello haya que volver a intentar la imposible y codearse, siendo pobre, con los más ricos.
Otra vez. Los días postpartido en la oficina aguantando chanzas. Las mañanas de ausentismo mental intentando programar el final de un día que no llega. El deseo, insano, de que alguien les meta mano en la semifinal y se callen de una vez la boca. No me siento bien por ello. Respiro. Y otra vez vuelve el tormento de saberme inferior cuando ya creía que habíamos superado el abismo. De nuevo a remar. De nuevo a intentar demostrar que sí, que hemos vuelto. Aunque para ello haya que volver a intentar la imposible y codearse, siendo pobre, con los más ricos.