
En el fútbol, la bula implica mirar hacia otro lado, criar fama y echarse a dormir mientras se permite que otros compañeros carden la lana y no obtengan ni un solo beneficio por ella en forma de crédito. Cuando el Atleti fichó a Godín, los voceros del duopolio se precipitaron a manifestar su satisfacción por aquello que llamaban seriedad en el área y jerarquía en el orden. A mí me bastó verle un par de veces para proclamar aquello de que nos habían dado gato por liebre y nadie quería darse cuenta. Claro que tiene que llegar un compromiso de alta alcurnia para que los ciudadanos abran los ojos y sientan en su percepción el sonido de la realidad. Yo no olvido el partido ante el Aris en el Calderón o aquel esperpento en forma de circo ambulante que significaron sus partidos ante Espanyol, Athletic o Málaga entre otros.
Pero lo el otro día fue de traca. Primero no da el pasito que sí da Domínguez en el centro de Di María hacia Benzemá que significó el penalti y la expulsión de Courtois, después pierde la marca de Cristiano quien le supera fácilmente en carrera para poner el centro del dos a uno, seguidamente se come un balón fácil para regalarle a Higuaín el tercero y comete el penalti que da lugar al cuarto. De traca. Y todavía hay algunos que opinan que el uruguayo debe ser indiscutible y que el malo sigue siendo el de siempre, el negrito que, pese a dejarse el corazón en cada partido, no ha aprendido aún en siete años que es eso de darle una patada a un bote. Es el poder de la bula; a algunos, la afición, cual Papa desatado, se les otorga con vehemencia y a otros, directamente, les mandan a la hoguera.