lunes, 28 de noviembre de 2011

La coartada

Estamos acostumbrados a encender la tele, sintonizar una de esas apasionantes y arguciosas películas de juicios americana en la que los abogados defensores visten traje barato y tienen el pelo alborotado mientras han de aguantar en su vehemencia como el fiscal del distrito, traje caro y pelo engominado, les mira por encima del hombro con ese hilo de superioridad que otorga un título en Harvard y seis condenas a muerte en su extenso e impoluto expendiente. En las mismas, aguantamos impávidos, y casi sin uñas, toda la trama del film hasta que el joven abogado, que bebe café en vaso de plástico y güiski barato en bares de carretera, encuentra por fin el motivo con el que demostrar la inocencia de su defendido: una coartada.

La coartada implica excusa, explicación coherente y, sobre todo, limpieza de conciencia. A mí no me encalomes ese muerto porque yo no estaba allí cuando sucedió el crimen. El Atleti, apañadamente vestido con ropas baratas en casa de ese despiadado enemigo que usa perfume parisino y viste traje milanés, se ausentó de la escena del crimen justo en el momento en que al ábitro le dio por matar el partido con una sanción tan extremadamente injusta en la lógica como cruelmente justa en los códigos legales futbolísticos. Fue entonces cuando decidió señalar al trencilla y decirle al mundo "pío, pío, que yo no he sido". A mí no me cargues este muerto porque mientras pudimos dar la cara la dimos con honor y claro, así no se puede, es como si a David le quitas la honda y le dices, alá, chiquillo, ahí tienes a Goliat, acaba con él.

La coartada hubiese servido de excusa si nosotros mismos hubiésemos sido tan ferozmente impíos contra el Getafe hace solamente tres semanas cuando, expulsió mediante, y penalti a favor, no fuimos capaces de matar a un gato que se defendió panza arriba mientras nos arañaba en el rostro y corríamos hacia atrás como niño de dos años que busca el abrazo de su padre. Godín, que tampoco entiende de sentimientos, regaló tantos goles como el poder de su bula es capaz de seguir haciéndole ver con buenos ojos mientras el dedo acusador sigue señalando a Perea como el máximo culpable de nuestra fragilidad. La coartada, en fin, es buena, pero no es válida. Al menos da una semana de tregua y una nueva oportunidad para la redención. No quedan muchas, quizá una mas, cuando volvamos a visitar un campo contrario y volvamos a salir escaldados y señalados en tinta como dueños de una estadística tan funesta como que somos el peor equipo visitante de todo el continente.

1 comentario:

Emilio dijo...

Enhorabuena Don Pablo, su artículo de hoy me ha encantado.

Aún así, yo soy uno de esos que me abstraigo de todo lo sucedido hasta el momento, por muy miserable que sea, cuando llega un partido de ésta índole. Son tan pocas las alegrías que nos dan, que a algunas les queremos dar un toque algo especial, aunque suene a romanticismo trasnochado. Una vez más, nos fuimos sin esa alegría insuficiente.

Un abrazo