lunes, 20 de julio de 2015

Los adioses

Se marchó Mandzukic, el tipo que corría con el alma y no sabía que acelerar era cuestión de condiciones. Peleaba, saltaba, remataba y cumplía como un profesional, pero no supo borrar de nuestros corazones el halo de recuerdo que nos habían dejado Falcao y Costa. Nada que reprocharle, mucho que agradecerle, poco, en realidad por lo que recordarle. Cuando el equipo necesitó el gol decisivo en el momento clave, el croata estuvo para lo grueso; presionar, aguantar, correr..., pero no para lo fino; decidir. Se echará en falta su voluntad, pero nos engañaríamos si dijésemos que moriríamos por volver a verle vestir de rojiblanco.

Se marchó Miranda, el hombre que nos devolvió la sonrisa, el hombre que nos resucitó el orgullo, el hombre que nos dio el corazón. Nadie podrá olvidar aquel diecisiete de mayo y aquel testarazo cruzado a la salida de un córner. Nadie olvidará jamás sus cruces elegantes, sus mano a mano contra los mejores, sus pequeñas victorias en el borde del área grande. Nadie olvidará jamás recitar de memoria aquella pareja de centrales formada por Godín y Miranda porque en ella vivió la parte más esencial de los éxitos. Un muro en el norte que ningún caballero blanco osó atravesar porque allí habitaban sus guardianes y su Lord Comandante, dirigiendo con una sonrisa y una samba sonando en sus oídos.

Y se marchó Arda, con la sonrisa a otro lugar, con el despecho en el rostro, con la desfachatez en la mirada. Se fue con su talento, su culo pegado al estómago del rival, con esa manera suya de sujetar el balón, con esa suerte de regate hacia afuera tan característica. Se fue el artista turco, el hombre de la barba poblada, la mirada espartana de un gladiador sin fuste pero con mucha presencia y trabajo. Triunfó porque supo escuchar, porque supo acceder, porque supo consentir. Y, sobre todo, porque supo jugar. Se marcha y todos le hemos declarado enemigo público número uno sin volver a caer en la cuenta de que allí arriba siguen viviendo dos tipos que juegan al monopoli con el equipo cada verano. Esos dos tipos que, verano sí y verano también venden siempre, y por decreto propio, al mejor jugador del equipo.

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