
Joao Félix dio vestigios de que puede ser un gran jugador. Por primera vez desde que llegó al equipo, jugó a echarse el juego de ataque a las espaldas, dejó de buscar el espacio para buscar la combinación y dibujó unas conducciones tan asombrosas que invitan a soñar. El chico siempre intenta algo; ya sea un sombrero, un caño, un pase profundo o un disparo. No se le puede achacar ni falta de decisión ni falta de personalidad. Se marchó cabizbajo porque, como diría el gran Guille Giménez, estaba sintiendo el picorcito y cuando un tipo se siente bien no sabe entender que le aparten del espectáculo.
Y la afición dio vestigios de unión al menos mientras se unió en cánticos y apoyó unánimemente a su entrenador. Eso sí, cuando los repartidores de carnets pasaron factura al resto, el silencio cómplice señaló a todos aquellos que creen que su razón pesa y al final termina pesando en negativo. De poco sirven los vestigios y acabamos tirándonos piedras los unos a los otros. Yo soy del Cholo, de Koke y Trippier. Pero, ante todo, y sobre todo, soy del Atleti. El Atleti somos todos.
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