martes, 20 de abril de 2021

Correa

Soy de los que tienen sentimientos encontrados con Correa. Por un lado, siento mucho cariño por su forma de entregarse, por su sonrisa siempre perenne, por esa mirada de quien ha desafiado a la muerte y ha salido con los pies en el suelo y un corazón sanado y tatuado en rojo y blanco. Sus quiebros, su manera de ser diferente, sus giros asombrosos y sus goles inesperados me hacen siempre seguir creyendo en él, aunque él mismo, muchas veces, se empeñe en hacerme cambiar de opinión.

Porque igual que me cautiva me desespera por momentos con sus entregas al rival, sus jugadas a ninguna parte, sus contrapiés en los peores momentos y sus goles fallados con todo a favor. Tenemos un problema con él y es el de no medir las críticas y no ponderar las alabanzas. Correa es un buen futbolista, un agitador, un tipo capaz de cambiar una tendencia en un momento determinado, pero no es una estrella, ni un tipo sobre el que cargar en sus hombros el destino de un equipo.

Puedo aceptar ciertas críticas, porque, a pesar de su entrega y desempeño, yo soy el primero en reconocer que su temporada, en los momentos clave, está siendo terrible, pero de ahí a desearle la muerte u otra operación de corazón hay un trecho muy grande que no se debería permitir. Nosotros somos aficionados al fútbol y él es sólo un futbolista. Deberíamos saber controlar la pasión porque aunque el Atleti nos importe, nadie nos da derecho a insultar a una persona porque falle un gol a puerta vacía. El Atleti es una parte muy importante de mi vida, sí, pero en ningún caso interfiero en la vida de los demás porque entonces convertimos la pasión en enfermedad y a los futbolistas en los fabricantes de nuestros sueños. Así ocurre, luego no sabemos controlar nuestras frustraciones.

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