lunes, 17 de octubre de 2011

Se acaba el crédito

Realmente, nos cuesta demasiado poco conceder el beneficio de la duda a nuestros seres más queridos. Si es de nuestro equipo de quien hablamos, el beneficio suele tener un crédito aún más ilimitado porque en sus futuros compromisos viven gran parte de nuestras ilusiones. Soñamos un gol, una victoria, un ascenso de posiciones en la tabla y un logro alborozador. El castigo a nuestras ilusiones llega cuando comprobamos que los sueños siguen siendo pesadillas y que el golpe es doblemente duro pero apenas achacable a otra cosa que no sea nuestra propia imbecilidad; volvemos a creer en milagros y, una vez más, el agua sigue siendo agua por más que deseemos que termine por convertirse en vino.

El Atleti es algo así como ese buen amigo que siempre nos deja tirados por una chica guapa y al que le volvemos a perdonar cada vez que nos regala una sonrisa y un par de copas a medianoche. Durante estos primeros meses le hemos ido disculpando los deslices porque los rivales, más allá de las expectativas, eran de esos que suelen considerarse como de tronío. Perder en Mestalla y en el Camp Nou puede estar permitido, empatar en casa con un rival directo jugando mejor que el rival es algo que puede suceder y que creemos que será un problema que terminará por solventarse, pero empatar en Granada jugando a cualquier cosa menos al fútbol es algo que ya no tiene perdón alguno considerable.

Ni la caraja incial, ni el tanteo intermedio, ni el arreón final sirven de excusa para un empate que no entraba en los planes de casi nadie. Incrédulos ignorantes de nuestra propia realidad, volvimos a pensar que quizá, este año sí, este equipo saldría a morder las piernas de esos equipos que viven en el sótano de la liga y a los que gustaría demostrar que sus aspiraciones son menores que las nuestras. Craso error; nadie en el césped pensó que el Granada saldría a devorarnos, a asfixiarnos, a ganarnos. No lo hiceron porque Courtois y, esta vez, los postes, jugaron con nosotros. Durante minutos volví a sentir vergüenza de mi equipo. Pasan las jornadas, cambian pocas cosas e involuciona la ilusión. Se acaba el crédito, amigo.

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