miércoles, 16 de mayo de 2012

Los listos y los tontos

San Isidro Labrador, patrón de la capital, ciudad que acoge a dos equipos de primera división en cuyo nombre llevan implícito a la ciudad, uno de ellos, castizo como ninguno, lleva labrado en su escudo, el símbolo de una ciudad que se levantó un dos de mayo para decirle al resto de España que las cosas debían ser como ellos querían que fuesen. Mucha historia tras aquello, mucho fútbol, muchos títulos y un bipartidismo que se convirtió en dictadura monopolista a medida que a los de blanco les iban dando ayudas y a los de rojo y blanco les iba dando por autodestruirse. En las afueras de la capital del reino aún queda un lugar para la celebración; miles de paisanos, ataviados con su gorra de chulapo y su mantilla de manola, bajan a la pradera para desempapelar un bocadillo, bailar un chotis y comerse una rosquilla. De estas últimas hay dos tipos, las listas y las tontas, y aludiendo a los calificativos vamos a comparar quienes son los tontos y quienes los listos en esta casa de alterne en la que se han convertido el extinto Atlético de Madrid club de fútbol.

Atlético de Madrid sociedad anónima deportiva, segundo equipo de la capital y en proceso de autodestrucción hacia lugar más ignominiosos, equipo que ha acogido a estrellas mundiales de la talla de Ben Barek, Carlsson, Vavá o Luiz Pereira y que, en los últimos años, adornó los álbumes de cromos con tipos como Nimny, Nikolaidis, Fabiano Eller o Pato Sosa, equipo que, castizo como ninguno, sigue portando un oso y un madroño en el escudo aunque cada vez haya menos gente que lo sienta palpitando sobre el corazón, símbolo de un lugar al otro lado del río donde sobreviven sentimientos, orgullos y pasiones. Mucha historia, mucho fútbol y una autocompasión que derivó en fracasos, derrotas y descensos. Al otro lado de Carabanchel sigue existiendo una reserva india donde cada domingo los niños acuden vestidos de rojo y blanco y los padres acuden rumiando la incertidumbre. Algunos llevan bocadillos, otros alguna bota de vino escondida y, casi todos, ganas de animar. Muchos son los que llevan pipas, comen y callan. Porque arriba, junto al palco, hay dos tipos que siguen engañando a la masa y sacan el pulgar a pasear a costa de miles de infelices que siguen creyendo que son del mismo equipo de cuyas hazañas les hablaron sus abuelos. Ellos dos, dúo prescrito y bicefalia indigesta, son los listos. El resto, por supuesto, seguimos siendo los tontos.

No hizo falta, ni siquiera, la necesidad de levantar un título, para salir aireando todas las intenciones. Sin Champions no habría paraíso. Sin Champions no habría Diego, ni habría Falcao, ni habría Adrián, ni habría Courtois. Estos dos, asesinos a sueldo de miles de sentimientos, se siguen pensando que nos chupamos el dedo cada vez que sacan el lacrimal a pasear por los estudios de sus emisoras amigas. Les untan el pecho con vaselina para que reluzcan sus obras y nos hacen saber que la directiva hizo un esfuerzo sobrehumano para que el equipo acabase entre los cuatro primeros ¿Deberíamos darle las gracias? La obligación no implica agradecimiento. El agradecimiento, por el título, es para Simeone y sus once gladiadores. Igualmente que para ellos es el reproche de no haber sido capaz de alcanzar un puesto de Champions que, este año, ha estado más barato que nunca. Pero que no me vengan ahora con milongas porque ni yo, ni los cientos de miles que lloramos el pasado miércoles con los goles de Falcao y Diego, fuimos los que nos hicimos con el club sin poner ni un duro. A nosotros no nos embargaron los activos del club por jugar al monopoly con nuestros sentimientos. Nosotros no somos los delincuentes. Ellos son los culpables y a ellos hay que señalar el día que veamos a Falcao, a Diego, a Adrián y a Courtois vistiendo la camiseta de otro equipo. No hay que señalar para agradecer sino para culpar. Ellos se creerán muy listos, pero nosotros no somos tan tontos.

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