martes, 9 de diciembre de 2014

Cuarenta años después

Se cumplieron cuarenta años desde que Luis Aragonés se levanto jugador y terminó acostándose como entrenador. Un punto de inflexión en la historia del Atleti que condujo al equipo a sus logros más importantes y que dio paso al comienzo de una era donde las vacas flacas obligaron al sabio a reinventar un equipo con jugadores de la cantera. Con los chicos de las inferiores, el maestro de las mejores tardes de goles al contragolpe, el Atleti alcanzó la final de la Recopa, y aunque el Dínamo de Kiev nos borró del mapa aquella aciaga tarde de mayo, lo que todos recordamos es la categoría de aquel tipo con cara de pistolero serio, cigarro siempre en los labios, que dirigía sus huestes con la maestría del mejor mariscal de campo.

Si algún legado nos dejó Luis Aragonés es el de la grandeza. Nos enseñó que el equipo debía actuar acorde a su historia y que perder o ganar era opcional pero que competir era obligatorio. Cuarenta años después de que Luis se arremangase la camisa para conducir al equipo a la victoria en la Copa Intercontinental, el Atleti vuelve a estar en el lugar que abandonó durante demasiado tiempo. La victoria ante Olympiakos no es sólo la demostración de poder de un equipo sobre otro, es la demostración de querer de un equipo que se ha situado en la élite y no se quiere marchar de allí. Ese es el espíritu de Luis.

Por segundo año consecutivo, el Atleti está en octavos de Champions. Quien lo iba a decir hace solo tres años cuando el Albacete nos apeaba de primera ronda de la copa justo por estas fechas. Aquel fue el fondo del pozo. Tanto caer dejó magulladuras, pero también un orgullo pendiente de resarcir. El gran milagro de Simeone no es el de ganar títulos, sino el de conseguir que una plantilla cargada de tipos desanimados, lograsen creer que con esfuerzo y fe se puede conseguir cualquier cosa. Ese era el gran espíritu de Luis. El dogma de un Atleti que vuelve a ser tan fuerte como hace cuarenta años.


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