viernes, 6 de febrero de 2015

La venda

El respeto que hemos ganado en el campo ha cambiado muchas tornas y muchas formas de afrontar las batallas decisivas. No hace mucho, cualquier atlético de perfil bajo y alto corazón podía haber llegado a la oficina, al bar o a la escuela un lunes y a los cinco minutos tener ganas de salir corriendo. La chanza, la burla, el chiste fácil y el ataque frontal eran permanentes. Lo cierto es que el equipo lo ponía fácil. Años en el desierto de la nada y catorce años, casi una eternidad moral, sin ganarle un partido al otro equipo de la ciudad.

Las rachas son tiempo, el tiempo es paciencia, la paciencia es trabajo y el trabajo son frutos. Hemos trabajado bien, hemos recuperado el orgullo, podemos volver a mirarles a los ojos. Y ahora, como dice el político más mediático del momento, el miedo y la sonrisa han cambiado de bando. No es que hayan perdido la prepotencia y el aire de superioridad, porque lo que es innato no se pierde, pero ahora miran de reojo, cuentan antes de hablar y ponen vendas antes de tener la herida.

Hablan de bajas y se lamentan. Hablan de comités de competición y se lamentan. Hablan de árbitros y se lamentan. Hablan de estilos de juego y se lamentan. Son el equipo más poderoso del planeta y se lamentan antes, incluso, de jugar un partido. Ellos, que podrían comprar hasta el aire si lo necesitaran, se ponen la venda antes de saber, incluso si van a tener una herida. Ellos, que podrían ganar a cualquier equipo del mundo por el poder que le otorga el poder sin redundancia, se lamentan por un resultado que aún no se ha producido, aún sabiendo que el desenlace les puede ser favorable. Parece que sí, que ha cambiado el cuento.

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