
Aquel equipo no tenía juego ni personalidad, en cada derbi se bajaba los pantalones y dejaba que le ultrajasen, no tenía objetivos más allá de ahogarse en su propia ignominia y daba cuatro de arena por cada una de cal. Fue entonces cuando llegó nuestro mesías y le dijo a ese grupo de chavales que eran mejores de lo que creían, que podían competir de tú a tú con los mejores y que dejasen a un lado la vergüenza para abrazarse a la exigencia. Hace ocho años nació uno de los equipos más competitivos de la historia.
Pero ahora estamos regresando, poco a poco, a aquellos tiempos en los que nos atacaba la desidia y nos acompañaba el desencanto. Como antiguamente, hay jugadores que no dan el tipo. Como antiguamente, hay un equipo plagado de nombres sin capacidad para ser un hombre. Como antiguamente, la plantilla se queda corta e incapaz. Como antiguamente, las dudas son más asfixiantes que las certezas. Y, como antiguamente, el Madrid nos ha vuelto a ganar un derbi en su campo. Mucho tiene que espabilar el equipo para que esto no se convierta en un constante "como antiguamente".
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