
El Atleti, sin su gente, será un generador desenchufado de la corriente, un guante si mano que lo sostenga, un ciudadano expuesto al virus sin su mascarilla de protección. Porque el Atleti, más allá de un escudo, unos colores e incluso una historia que le respalda, es la esencia extraída del puño cerrado y los dientes apretados de cada uno de sus seguidores, es la voz, esta vez en off, que alienta cada paso, es el abrazo sincero repartido en una grada después de cada gol.
El Atleti, sin su gente, protagonizará spots de conveniencia ajena, lidiará faenas impostadas y correrá carreras en pos de una nómina desconocida. El negocio manda y el fútbol, convertido en negocio, se ha prostituido tanto que se ha colocado por encima de la salud y, sobre todo, por encima de la emoción. Porque por mucha afición que tengan, el Atleti, sin su gente, no disputará partidos de fútbol sino que protagonizará programas de televisión.
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