Ya estamos de vuelta. Ya estamos con el deseo latente, todos, como si nada hubiese pasado, como si el mundo no hubiese cambiado y esto no hubiese sido más que un sueño disfrazado de alarma y con final feliz. Somos tan permeables a los problemas que, guiados por el egoísmo, nos lanzamos en cabeza hacia el primer charco que vemos. Y necesitamos mojarnos de fútbol porque necesitamos opio, pan y circo. Porque necesitamos recordarnos a nosotros mismos que no existe nueva normalidad si el Atleti no está incluido en el lote.
Ya estamos de vuelta porque el espectáculo debe continuar y los muertos no son más que estadística. Porque los debates ya no giran en torno al virus sino en torno a cuánta gente podrán meter en los estadios. Porque queremos olvidar, porque no queremos que la vergüenza nos pise la lengua y nos recuerde donde hemos estado metidos estos dos meses. Yo fui el primero en pecar al marcharme a Anfield. Y seré el primero en pecar sintonizando el partido del Atleti el domingo al mediodía.
Estamos de vuelta porque volver es querer olvidar, porque volver es tener a meno el recurso fácil, porque el Atleti es parte de nuestra vida y no concebimos la vida sin él. El espectáculo continúa, la pandemia sigue en pie y las tertulias se llenan de nuevas esperanzas. Pero la vieja premisa debería ser unánime más allá de las pretensiones económicas del mercader que preside la liga; vamos a hacer las cosas bien o si no no las hagamos.
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