
Si algún legado nos dejó Luis Aragonés es el de la grandeza. Nos enseñó que el equipo debía actuar acorde a su historia y que perder o ganar era opcional pero que competir era obligatorio. Cuarenta años después de que Luis se arremangase la camisa para conducir al equipo a la victoria en la Copa Intercontinental, el Atleti vuelve a estar en el lugar que abandonó durante demasiado tiempo. La victoria ante Olympiakos no es sólo la demostración de poder de un equipo sobre otro, es la demostración de querer de un equipo que se ha situado en la élite y no se quiere marchar de allí. Ese es el espíritu de Luis.
Por segundo año consecutivo, el Atleti está en octavos de Champions. Quien lo iba a decir hace solo tres años cuando el Albacete nos apeaba de primera ronda de la copa justo por estas fechas. Aquel fue el fondo del pozo. Tanto caer dejó magulladuras, pero también un orgullo pendiente de resarcir. El gran milagro de Simeone no es el de ganar títulos, sino el de conseguir que una plantilla cargada de tipos desanimados, lograsen creer que con esfuerzo y fe se puede conseguir cualquier cosa. Ese era el gran espíritu de Luis. El dogma de un Atleti que vuelve a ser tan fuerte como hace cuarenta años.