martes, 17 de marzo de 2015

Que no nos confundan

Nos confunden con cantos de sirena, con objetivos difusos, con pasados recientes y con mentiras ocultas. Desprecian el milagro del año pasado, el trabajo, la fe y el éxito que nunca profecitaron y, a cambio, nos exigen en función a un gigante porque saben que así, cada vez que pisemos el barro, tendrán un motivo para seguir atizándonos con su látigo de fuego.

Nos confunden con ventas de humo, con palmaditas en la espalda, con promesas que nunca se cumplen. No aprecian el trabajo, la fe, la pasión imperecedera. Para ellos el resultado es la espada de Damócles y no dudan en atizar su tajo frontal cada vez que se ocultan tras la barricada del oportunismo. Callan en las buenas, porque saben que seguir esperando el momento es el afán de sus inquietudes. Y derrochan baba ácida en las malas porque en su sonrisa de superioridad esconden la llaga de sus frustraciones.

Nos confunden con objetivos inciertos. Lo más lógico, terminada la temporada anterior hubiese sido colmarnos de elogios constructivos; es decir, alabar el mérito y hacer hincapié en el milagro. Competir contra dos equipos que cuadruplican el presupuesto es como competir, día tras día, contra un gigante desproporcionado. David derrotó una vez a Goliat, pero seguramente no hubiese podido volver a hacerle si el gigante, como son nuestros rivales, hubiesen tenido la oportunidad de levantarse.

Las bajas sufridas han sido traumáticas, los sutitutos, aunque buenos, no son mejores y los milagros, para quien solamente puede ofrecer trabajo, pasa por disputar, partido a partido, noventa minutos al doscientos por ciento. No todos los años uno puede ser un superhombre. Y al Atleti, pese al esfuerzo, no le sobra nada. Aplaudamos el esfuerzo y no dejemos que nos confundan.

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