
Hace ya mucho tiempo que el Atleti concibió a sus jugadores como un simple activo con el que hacer caja. Clink, clink, y los ojitos, como en las películas de dibujos, completados con el signo del dólar. Porque quien no siente el club con pasión prefiere dar vueltas por la M-30 durante los partidos y saber sacar tajada de cada una de las operaciones. A estas alturas ya da igual lo que quiera o deje de querer Griezmann, porque ya supimos por Torres, por Agüero, por Falcao, por Costa o por Arda, que los jugadores siempre juegan donde quieren. Y nunca, qué casualidad, escogen al Atleti.
La dirección deportiva, en este equipo, es unidireccional e implica vender bien todo lo que bien se mueva. De esta manera, cada cláusula de rescisión es una invitación al comprador ajeno a atravesar las puertas del Metropolitano. "Pase usted", todo esto está en venta. Y así pagan ochenta por Lucas, ciento veinte por Griezmann y pagarán setenta por Rodrigo. Pero esto no acaba aquí, el año que viene será Oblak y al otro cualquier otro jugador que haya despuntado y cuyo precio sea una ganga para los más poderosos. Porque en este bazar, mientras los dueños sigan riéndose en la cara de sus sufrientes empleados, se seguirá viviendo un culebrón por verano.
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