
Con su discurso victimista, su manía de enfrentarse al mundo en nombre del Atleti y su populismo barato, el gilismo fue haciendo del Atleti un club cada vez más pequeño. Cinco años después de llegar al poder, se erigió en salvador de la patria y anunció el fin del Atleti como club de socios para empeñarlo en nombre de las sociedades anónimas. El tiempo demostró que aquella adquisición del club fue fraudulenta y que no lo compraron, si no que lo robaron.
El padre falleció, pero el hijo tomó el timón de un barco a la deriva y no hizo sino dejar que se hundiese poco a poco. El juez imputó al padre, al hijo y a ese espíritu santo, de profesión productor cinematográfico, que recorría los estudios de radio y televisión con el chascarrillo fácil en la boca y la mirada de angelito tras las gafas de pasta. No hemos tenido suficiente con aguantar años esclavizados con un consejero delegado y un presidente imputados por la justicia, sino que ahora, también, el director deportivo también ha sido llamado a filas por la justicia. Esto es el Atleti, antes un club de fútbol, ahora un club de alterne.
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