lunes, 9 de julio de 2012

Café con nada

Se acerca Pepe a la barra. Los lunes son puñeteros, el bar huele a lejía y desinfectante, la barra de chapa, que por la noche lucirá desajada y llena de huellas de codos solitarios, brilla ante la luz del fluorescente que parpadea en el techo. El camarero, amigo de sus clientes, enemigo de los sobrios y mal fajador para las discusiones en rojo y en blanco, se acerca a Pepe son la simpatía que solo se puede tener un lunes por la mañana cuando te encuentras con uno de los tuyos.

Y le habla de ese suizo inmortal que es capaz de recitar poesía con una raqueta y ganar un Wimbledon tras otro sin necesidad de sudar, y le habla de esos españolitos esforzados de la ruta que se ven perseguidos por la mala suerte y se dejan los huesos en las carreteras francesas, y le habla de esos jóvenes locos que se montan a una moto cada fin de semana para hacer sonar el himno español en cada circuito del mundo, y le habla de ese asturiano al que siempre le falla una rueda o un mecánico en el momento clave.

Y Pepe se bebe el café de un trago porque hoy es lunes y sabe que el jefe le espera en la oficina de mal humor con la mesa llena de informes y con el diario deportivo abierto encima de la mesa con la información de ese equipo blanco en letras grandes y a color. Y saca una moneda de un euro del bolsillo, la aprieta bajo el puño cerrado y le pregunta al camaero "¿Y del Atleti, qué?". Y el camarero le observa taciturno, la garganta carraspeante y la mirada de reojo en el cliente que acaba de entrar por la puerta. "¿Del Atleti? Nada". Y Pepe deja la moneda sobre la barra, se despide con cortesía y da media vuelta para un lunes más, igual que todos los lunes de los últimos veinticinco años de su vida.

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