
De repente nos volvimos a mirar a nosotros mismos, a buscar en nuestro interior, a valorar lo que valen los silencios, las palabras, los abrazos perdidos, los abrazos prometidos. Aquellas veces que hubieses querido ver el partido con tu padre pero preferiste quedarte en casa, aquel viaje a Eibar en el que no quisiste ir con tu hermano y que hoy firmarías con los ojos cerrados, aquella final sin amigos porque no querías escuchar los gritos de un vikingo junto a tus oídos.
De repente nos quedamos solos y nos quedó el Atleti. Añoramos a nuestra gente, nuestras cervezas en el barrio, nuestras carreras en bicicleta, nuestras partidas de pocha, nuestros paseos por la montaña, añoramos las pequeñas cosas de la vida y, entre ellas, nos quedó el Atleti. Y recurrimos a Youtube para rememorar las carreras de Futre, los disparos de Forlán y aquella celebración de Torres después de marcarla al Madrid por primera vez. Porque la vida son detalles, recuerdos, momentos y cosas a las que no damos importancia pero que son trascendentales. Y en nuestra vida está el Atleti. En el día a día, en la cotidianeidad y en la cuarentena.
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