lunes, 16 de marzo de 2020

Liverpool

Liverpool fue una imprudencia, pero una llamada al corazón. Un deber pasional y una irresponsabilidad personal. Un viaje marcado por la prudencia y un abrazo colectivo marcado por la imprudencia. Son muchos los que me dicen que no hice bien viajando, que debería haberme quedado en casa, pero son muy pocos los que entienden que esta bendita locura te agarra el corazón y no lo suelta hasta que te mata.

Liverpool fue una salvajada, una experiencia inolvidable, una historia para contar a los nietos, una hazaña que pasará de generación en generación cuando unos les cuenten a otros que un hubo un equipo que resistió al mejor ataque del mundo a base de suerte, paradas del portero y ese coraje y corazón que tan enfáticos se muestran en el himno.

Liverpool fue un madrugón con gusto, dos enlaces de avión y una hora en tren desde Manchester, fue unas pintas en The Cavern y The Albert, fueron fotos junto a John Lennon y Bill Shankly, fue una previa llena de cánticos y un calor en la grada con el que no se podía perder aunque se perdiese, fue una tormenta en el cielo y un relámpago en el alma, fue un alborozo general y fue, sobre todo, la confirmación de que el Atleti, gane o pierda, está por encima de todas las cosas.

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