miércoles, 25 de marzo de 2020

Recuerdos

Nos están mostrando, casi de manera obsesiva, durante estos días, los canales de televisión, aquellos partidos antiguos que, por una cosa u otra, el programador cree que marcaron a un generación. A mí me marca el Atleti, particularmente, y por ello vi el otro día la final de Copa del noventa y seis, prórroga incluída, pero no pienso ver ningún partido del vecino porque todo lo que programan son victorias y ya bastante hube de digerirlas en su vida como para tener que volver a aquellos vómitos no programados.

Además de los programadores de televisión, todos tenemos nuestra particular memoria deportiva. Mi primer Atleti tenía a Navarro de portero y a Rubio de extremo izquierdo. Recuerdo que me enganché tanto con Hugo Sánchez que obligué a mi madre a coserme número nueve en mi camiseta del Atleti. Cuando el mexicano se fue al Madrid, juré no volver a tener un ídolo nunca más, pero hubo un portugués que me lo puso tan difícil que volvió a hacerme llorar el día que fichó por el Benfica.

A ese portugués está ligado uno de los dos goles que más fuerte he cantado en mi vida. Es aquel que le marcó a Buyo en la final de Copa, como todos imaginan. Porque cobraba una afrenta, porque exorcizaba mil demonios, porque daba paz en el alma. El otro es aquel de Forlán al Fulham, porque significaba el principio del fin de una época muy oscura, porque, por fin, el Atleti volvía a levantar una copa después de una década caminando por el infierno.

Todos tenemos nuestro mejor recuerdo y el Atleti, a pesar de habernos hecho mucho de sufrir, de habernos cabreado mucho, de habernos hecho arrepentirnos, por momentos, de habernos gustado el fútbol, también nos ha regalado momentos maravillosos que nos reconcilian con él. Si esta cuarentena dura mucho, igual me animo, algún día, a ir recordando aquellos partidos que, para mí, han sido totalmente inolvidables.

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