miércoles, 25 de mayo de 2011

Él solito se murió

Hay chicas tan coquetas que no hace falta decirles lo guapas que son. Otras, sin embargo, necesitan un empujón moral para darse cuenta de que ganarían muchos pretendientes si se pusieran en el mercado. El entorno, ese elemento tan circunstancialmente necesario, suele ser el primer escalón hacia nuestros pecados. Haz esto, haz lo otro, no seas tan listo, no seas tan tonto.

Es como el chico simpático del instituto que se liga a la tía buena de la clase. Durante años, la relación fluye porque él sabe que no puede pedir más y porque ella se siente satisfecha con media docena de sonrisas al día. Pero pasa el tiempo, al chico simpático se le cae el pelo, los chistes son siempre los mismos y a ella, los chicos del barrio la miran con ojos de deseo. No pasa demasiado tiempo desde el penúltimo consejo y la sentencia definitiva; siempre habrá una amiga al quite, siempre una frase lapidaria: "no sé que haces con ese chico".

El Atleti es ese chico simpático que se ligó a la jovencita que brillaba en el baile de fin de curso. Se marchó a Argentina para cotejar al Kun, le puso casa, coche, una camiseta con el número diez y una afición totalmente entregada. Pero al equipo simpático se le cayeron sus mejores jugadores y los que mandaban contaban siempre las mismas mentiras. No pasó demasiado tiempo desde el penúltimo consejo del suegro a la última sentencia definitiva. Llegó un lobo y le enseñó la patita de cordero. Una frase lapidaria recorrió el ambiente y una pregunta incómoda resonó en sus tímpanos: "¿Qué haces en ese equipo?".

Y como pensó que no hacía nada, y como pensó que el eco del Calderón, que los corazones de millones de aficionados que le adoran y que la historia de un escudo no son nada, decidió escuchar a las sirenas en su camino hacia Itaca. Entre todos le mataron y él solito se murió.

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