
Es como el chico simpático del instituto que se liga a la tía buena de la clase. Durante años, la relación fluye porque él sabe que no puede pedir más y porque ella se siente satisfecha con media docena de sonrisas al día. Pero pasa el tiempo, al chico simpático se le cae el pelo, los chistes son siempre los mismos y a ella, los chicos del barrio la miran con ojos de deseo. No pasa demasiado tiempo desde el penúltimo consejo y la sentencia definitiva; siempre habrá una amiga al quite, siempre una frase lapidaria: "no sé que haces con ese chico".
El Atleti es ese chico simpático que se ligó a la jovencita que brillaba en el baile de fin de curso. Se marchó a Argentina para cotejar al Kun, le puso casa, coche, una camiseta con el número diez y una afición totalmente entregada. Pero al equipo simpático se le cayeron sus mejores jugadores y los que mandaban contaban siempre las mismas mentiras. No pasó demasiado tiempo desde el penúltimo consejo del suegro a la última sentencia definitiva. Llegó un lobo y le enseñó la patita de cordero. Una frase lapidaria recorrió el ambiente y una pregunta incómoda resonó en sus tímpanos: "¿Qué haces en ese equipo?".
Y como pensó que no hacía nada, y como pensó que el eco del Calderón, que los corazones de millones de aficionados que le adoran y que la historia de un escudo no son nada, decidió escuchar a las sirenas en su camino hacia Itaca. Entre todos le mataron y él solito se murió.
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