domingo, 20 de mayo de 2018

El legado

Siempre he sido un atlético atípico en cuanto a Fernando Torres. Puedo ser el más pasional de los aficionados, el tipo más leal, más sufrido, más lastimero en la derrota y más eufórico en la victoria, amo al Atleti con el corazón y lo pienso, día a día, con la cabeza, pero nunca fui un torrista convencido.

Durante su primera etapa me pareció que, tanto afición como prensa estaban inflando a un futbolista que se equivocaba más de lo que acertaba. Es más, soy de la opinión de que el Atlético empezó a crecer de verdad a partir de su venta, por lo que nunca vi como un trauma su marcha y nunca consideré una tragedia su ausencia.

Pero de alguna manera, Torres me terminó ganando. Sus guiños, sus goles en Inglaterra, sus palabras y sus actos. Siempre, de alguna manera, haciendo, en acto reflejo, honor a sus verdaderos colores. Vistió otras tres camisetas y jamás dejó de sentirse atlético. Paseó, triunfal como pocos, sus éxitos con la selección por Madrid y, por delante, puso siempre una bandera del Atleti. Regresó y lloró como pocos. Ganó y lloró como nadie.

A tipos así, por más que se les critique en lo deportivo, hay que alabarles, para siempre, en lo sentimental, porque hombres así construyen un vestuario, hombres así son el germen de un equipo ganador. Gracias, Fernando, por tus últimos actos de servicio, porque, aunque tu fútbol ya se hubiese apagado, la llama rojiblanca brillaba más que nunca y de eso se han nutrido todos y cada uno de los que han ido pasando por aquí durante las últimas temporadas. Nos dejas un sólo título pero, ante todo, nos dejas algo muy importante. Un legado. Un sentimiento. Un camino a seguir.

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