jueves, 2 de junio de 2011

Cambio de papeles

Durante la última temporada, Forlán fue el ídolo caído, el proscrito que coqueteaba con el vecino, que escuchaba cantos de sirena, que se enfadaba consigo mismo y con la grada, que cada vez que visitaba el fondo sur no encontraba ese amigo uruguayo con quien abrazarse, que sufrió una sequía, se peleó con el entrenador, decidió patalear y no tuvo oportunidad de despedirse como su trayectoria lo hubiese merecido.

Durante la última temporada, Agüero fue el alma del equipo, el enchufe con la grada, el genio que salía de su lámpara cuando el equipo zozobrada, el mago que sacaba goles de su chistera, el motivo por el que acudir al Manzanares, el hombre al que querían parecerse todos los niños, el jugador que batió sus records, mejoró sus cifras y se asentó en el olimpo vestido de rojiblanco.

Pero terminó la temporada y se esfumaron los pronósticos. El que fue repudidado por la memoria ahora busca acomodo en la garganta del aficionado, como si extrañase cada mañana aquel cántico de "uruguayo" que resonaba en la estructura del Calderón, ahora rehuye a las sirenas y dice pensar en rojiblanco. Cosas de la vida, porque ahora el que fue aplaudido, ovacionado y hasta situado en los altares, es el que dice que se ha cansado de que le queramos, que busca un nuevo oasis en un desierto con menos arena, que, para él, cualquier tiempo futuro puede ser mejor siempre y cuando no tenga un oso y un madroño cosido en el lado izquierdo de su pecho.

Cambiaron los papeles y se confundieron las respuestas. Ahora, el que pudo ser Dios se convertirá en diablo, regresará a casa vestido de blanco y le tronarán los oídos, le carcomerá la conciencia, le asomarán las pesadillas. Y el que, durante unos meses, fue ángel caído, puede convertirse en una referencia para la memoria, en una brillante página de la historia, en el tipo que quiso seguir vistiendo la rojiblanca cuando ni Dios nos quería ver ni en pintura.

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